Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
No hace mucho, una persona joven se dirigió a mí, no para opinar sobre el contenido de un artículo sino para reprocharme (amablemente) cierta arrogancia al haberme autocalificado yo en dicho texto de “medianamente leído”. Con la misma cordialidad le hice ver cuán errónea era su apreciación. Primero, informándole de mi pesimismo más absoluto respecto a la resonancia que puedan alcanzar mis reflexiones semanales y, en general, cualquier artículo de opinión, (los que no llevan fotos). En mi criterio el de ya de por sí mermado número de personas que hojea, strictu sensu el periódico de papel o que no pasa de los titulares en el digital, se detiene, si acaso, en los deportes y los sucesos y si existiese un share periodístico, los articulistas estaríamos, siendo optimistas, por detrás del horóscopo.
Una vez aclarado que mis expectativas de “popularidad” son más bien modestas, pasé a explicarle que había confundido el sentido de “ser leído” ya que no es que presumiera de que mis artículos fuesen seguidos por muchas personas, sino que como especifica el DRAE: “Que ha leído mucho y es persona de muchas noticias y erudición”. Es decir que si de algo me “vanagloriaba” en el artículo no es de que muchos me leyesen sino de que yo leía mucho… que no es lo mismo. Aunque pueda parecer estrafalario (por lo inusual y, sobre todo, por su escasa rentabilidad) uno pretende llegar a ser un hombre culto, entendiendo como tal a quién se hace preguntas sobre cuestiones alejadas de su profesión y que, con una búsqueda tan entusiasta como esforzada, va reuniendo información y conocimiento que le permitirán, a través del pensamiento crítico, elaborar una visión propia del mundo que, las más de las veces, suele ser contrapuesta a la que le intentan “vender” desde el poder. Ni que decir tiene que el tipo de cultura al que me refiero nada tiene que ver con la “cultura oficial”, esa que se suministra al pueblo de la misma manera que se sobrealimenta –embuchándolas– a las palmípedas para obtener foie gras. Se trata de una actividad individual que implica dedicar mucho tiempo a la lectura y el estudio sin más gratificación que la satisfacción personal. Como es lógico cuanto mayor es el bagaje de instrucción más fácil resulta penetrar en el intricado mundo de la sapiencia y, en ese sentido, es paradójico que quienes “sufrimos” la educación de la dictadura gozamos de una abrumadora ventaja sobre los jóvenes educados democráticamente.
Las cosas que entonces se valoraban y ahora se desacreditan (la disciplina, el esfuerzo, la excelencia…) nos dieron una formación intelectual que facilitaba el camino –al que lo desease– para un posterior enriquecimiento cultural. Dicho esto, no sería realista concluir sin señalar una verdad incontestable: “Ser culto” no sirve para nada e incluso para ciertas actividades (v.g. la política) resulta altamente contraproducente.
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