
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Sánchez desencadenado
En una de las escenas de Gladiator II vemos a un ex gladiador mostrar al héroe una inscripción labrada en las paredes del Coliseum en la que figuran los nombres de los más famosos luchadores que han pasado por el circo romano. Entre ellos le enseña un nombre que ha sido borrado a martillo y cincel. Se trata de Máximo Décimo Meridio (Russel Crowe en Gladiator) general del ejército romano y padre de Lucio (el protagonista de esta secuela) que devino en gladiador tras su enfrentamiento con el emperador Cómodo y que fue repudiado después de su muerte practicándosele una Damnatio Memoriae, esto es, condenar el recuerdo de un enemigo del Estado eliminando imágenes, monumentos, inscripciones e incluso llegando a la prohibición de usar su nombre (Abolitio Nomini).
Curiosamente dos de los personajes que aparecen en esta, por otra parte, poco rigurosa película sufrieron el mismo castigo: el emperador Geta por orden de su hermano, coemperador y asesino Caracalla y Macrino efímero emperador –su mandato no llegó a dos meses– que interpreta un histriónico Denzel Washington. La única manera que tenían las personas de alcanzar algo parecido a la inmortalidad era la gloria eterna que suponía la perpetuación de su memoria, de tal modo que eliminar su legado de la Historia era uno de los mayores castigos que se podía aplicar a un personaje. A pesar de la modélica (y pacífica) Transición Democrática que, en teoría, posibilitó la reconciliación entre los españoles, los diferentes gobiernos socialistas apostaron, con mayor o menor diligencia, por establecer una suerte de Damnatio memoriae sobre el general Franco, jefe del Estado desde el final de la Guerra Civil hasta su muerte (en la cama) en 1975. Se derribaron estatuas, se suprimió su nombre de calles y edificios e incluso 44 años después de su muerte, cuando, gracias a nuestro desastroso sistema educativo, la mayoría de jóvenes españoles no sabían ya de su existencia, se procedió a la exhumación de su cuerpo del Valle de los Caídos.
Sin embargo, sorpresivamente y coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte, el gobierno de Sánchez ha organizado ¡cien! actividades oficiales en conmemoración de la muerte del dictador. De alguna manera, esta iniciativa es lo contrario a la damnatio, esto es, el apotheosis, el público homenaje al emperador fallecido que se consideraba ascendido al cielo de los dioses. Obviamente no es ese el propósito de Sánchez, sino que los fastos en honor del Caudillo sean la cortina de humo tras la que ocultar el negro futuro judicial del presidente, su familia y su partido. “A moro muerto gran lanzada” dice un refrán que define bien la cobardía: aparentar gallardía, mérito y valor para atacar a quien ya está vencido.
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