Cambio de sentido
Carmen Camacho
Una buena rave
Tenía preparada para hoy una columna sobre los reyes (los de España, no los Magos, a pesar de que es 6 de enero); pero la sorprendente reacción popular (en redes sociales) a la noticia difundida ayer sobre la muerte de una joven española en Tailandia por el ataque de un elefante me ha hecho cambiar de planes.
Blanca, estudiante de Derecho, se encontraba de intercambio en Taiwán y, aprovechando las vacaciones de Año Nuevo, viajó de Taipei a Bangkok y, de camino, a uno de esos santuarios de paquidermos donde los visitantes pagan (49 euros, que lo he mirado) por pasar la mañana alimentando y bañando elefantes huérfanos. Algún imprevisto provocó que uno de los dos animales que frecuentan el refugio actualmente (allí se alimentan y reciben cuidados antes de volver por la tarde al bosque contiguo al que pertenecen) propinó con su trompa un brutal empujón a la joven ocasionándole heridas mortales.
Esta terrible fatalidad ha conmocionado a todo Valladolid y ha sumido en el abismo y el dolor a la familia de Blanca. Sin embargo, a juzgar por los comentarios de numerosos (demasiados) lectores de los principales medios de comunicación, la verdadera tragedia no ha sido la pérdida de una vida humana sino la “inaceptable cautividad” de los animales y el “sometimiento” de los mismos a la caprichosa voluntad de quienes se lucran con ellos. No son pocos los que, con referencia a este suceso, han hablado de “merecido”, de “karma” y de “justicia animal”. Se da la circunstancia de que el Koh Yao Elephant Care donde ha tenido lugar la tragedia no ofrece espectáculos a turistas sino que es un santuario de elefantes rescatados que se mantiene con lo que pagan los visitantes por conocer el lugar y alimentar y cepillar a los paquidermos. Pero, aunque no fuese más que un cutre zoo o un viejo circo... ¿de verdad a nuestra sociedad le importa menos la pérdida de una vida humana que las condiciones de vida de un animal salvaje? Pues no lo duden: una buena parte de los internáutas consideran que lo verdaderamente trágico de la noticia es que un elefante viva en esas condiciones. Y, cuando una sociedad es capaz de reducir la dignidad del ser humano de tal manera, de ponerla a la misma altura o menos que la de los animales irracionales, es obvio que tenemos un problema: un problema nuevo.
Defenderé siempre la vida animal, el trato correcto a todos los seres vivos, el cuidado y respeto a la naturaleza; pero la vida de un ser humano, consciente, capaz del pensamiento abstracto, de elaborar proyectos de futuro, de comunicar la complejidad del mundo, de reconocerle derechos a otros, de componer estrofas, viajar al espacio, esculpir el David o hacer rock & roll tiene más valor que un ser que no tiene esas capacidades. No hay más.
En mi próxima columna trataré del rey y de la reina.
Blanca Ojanguren, DEP.
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