La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Habría preferido el título: "La tentación totalitaria", pero no sólo estoy convencido de haberlo empleado en otras ocasiones, sino que además es una expresión muy recurrida en la literatura política. Desde Hannah Arendt, que se ocupó de profundizar en los totalitarismos, hasta Anne Applebaum, que escudriñó en las dictaduras comunistas europeas, son muchos los ensayistas que se han detenido en esa tendencia tan común en las oligarquías gobernantes, sobre todo del lado izquierdo del espectro político. Es particularmente sugestivo el ensayo que con ese título publicó Jean François Revel en 1976. Y hace nada que lo vuelven a tomar Almudena Negro y Jorge Vilches, para la activa editorial andaluza Almuzara. En este último caso con una orientación crítica hacia los sistemas presumiblemente dominados por ideologías de izquierda. Pero, si bien es por los senderos por los que circulan más cómodamente esos intereses, estoy por creer que no es una cuestión ideológica sino consustancial a la naturaleza humana. La democracia es una derivación del pensamiento liberal que surge como oposición al absolutismo y eso supone que los peligros que la acechan, la deterioran y la obstaculizan crecen en el seno de los nutrientes que endiosan a la oligarquía dominante a costa del individuo.
La personalidad del presidente Sánchez, narcisista de libro, unida a la compleja mayoría -en parte antisistema- que lo sostiene, está desarrollando con rapidez, acrecentada por la proximidad a confrontaciones electorales, una estrategia muy practicada en los regímenes totalitarios; particularmente en los comunistas: colocación de mandarines y malandrines en nódulos claves del aparato de Estado, descalificación metódica de las iniciativas de la oposición y abundamiento en la fractura social como efecto de una supuesta clase opresora constituida por todo lo que se opone a la acción del Gobierno. La sociedad en este escenario, dominado por un gasto público desorbitado, disfrazado de políticas sociales, no advierte que el objetivo real del poder es su permanencia; disfrazándose de perseguidor de los poderosos y de adalid de la clase trabajadora y de las capas dependientes de la sociedad. El endeudamiento del Estado alcanzará así proporciones gigantescas, del que serán víctimas varias generaciones e incidirá de modo importante en la calidad de vida de las clases medias y en la capacidad productiva de la clase trabajadora.
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