La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Así es como estamos las personas, desde que aquellas ancestras habilis golpearon dos piedras y se dieron cuenta de que tenían un cuchillo. Y, lo que es indudable es el beneficio que hemos disfrutado a lo largo de los tiempos, gracias a las diferentes tecnologías que nuestro infinito cerebro ha sido capaz de inventar, diseñar, fabricar, aplicar…
Recientemente, los principales medios del país se hicieron eco de un estudio del CSIC que ha alcanzado a definir los conocimientos y los avances geológicos, físicos, mecánicos, matemáticos, astronómicos, etc. que pusieron en juego la colectividad que construyó el dolmen de Menga, en Antequera. Un verdadero prodigio de aquella sociedad, de hace unos 5.500 años.
Y, efectivamente, un dominio técnico impresionante, un descomunal proyecto en los albores de la ciencia, un titánico esfuerzo para...dejar constancia del poder de un individuo y de una familia, en su afán por perpetuarse y dar respuesta a aquello que nos desvela, ese anhelo imparable: el deseo de evadir a la muerte.
Por tanto, sabemos lo que la ingeniería que dirigió el proceso, la matemática que hizo cálculos, la astronomía que eligió el lugar preciso conforme a los astros, la geología que se decantó por elegir unas piedras y los trabajos para cortarlas, la producción de sogas…, fueron capaces de hacer con pericia y conocimiento. Aquí no hubo azar, sino ciencia y técnica, pero, y ¿quiénes lo hicieron? ¿Por qué desplegaron ese enorme trabajo? ¿Cobraron por ello o eran esclavas? ¿Cuántos accidentes, incluso muertes, hubo hasta completar la tumba? ¿Cómo habían llegado a acumular tanto poder los propietarios de la misma, para movilizar a toda la población en una empresa que no les aportaba ningún beneficio en su día a día? ¿Qué habían hecho para apropiarse de los recursos y para someter a la gente? ¿Habían empleado ya los discursos de alguna magia indemostrable?
Esta maravilla que, innegablemente es Menga, demuestra de qué estamos hechas las humanas y sería bueno también saberlo, porque la inmensa mayoría de quienes vamos a extasiarnos dentro del dolmen, somos quienes salíamos a buscar las canteras, arrastrábamos los trineos, cavábamos las zanjas, deslizábamos y colocábamos las piedras y nos dejábamos en ello nuestra propia vida.
El homo sapiens se recrea en su obra, se admira de su inteligencia y supremacía. Pero ¿dónde dejamos a las anónimas, a aquellas que, como mucho, sólo persistirán a través de su herencia genética, pero que han sido las eternas hacedoras? ¿Por qué, incluso las ciencias que reconstruyen el pasado, la arqueología y la historia, se olvidan de los seres humanos comunes que hay detrás de cada logro, sin los que jamás se habrían alcanzado?
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