El dilema moral de la fresa blanca

En un bar cercano al mercado Ingeniero Torroja de Algeciras, un frutero entró en tromba. Pidió un botellín de cerveza y se lo bebío de un trago, como si fuera zumo de naranja. No había terminado de posar el botellín en la barra cuando soltó la confesión: no entiende a su clientela

Fresas blancas o 'pineberrys'.
Fresas blancas o 'pineberrys'. / E.S.

Al mediodía, en la barra de un bar cercano al mercado Ingeniero Torroja de Algeciras, un frutero entró en tromba. Pidió un botellín de cerveza y se lo bebío de un trago, como si fuera zumo de naranja. No había terminado de posar el botellín en la barra cuando soltó la confesión: no entiende a su clientela. No la comprende en absoluto. Y eso, para él, supone un dilema moral.

Aún no ha terminado el invierno, y la gente quiere cerezas y ciruelas. Quiere fresas blancas. Quiere kiwi berry. Quiere excentricidades. Pero, sobre todo, quiere que él se las consiga.

Las cerezas, explica, no son de aquí. En esta época tiene que pedirlas a Chile. Vienen envasadas en unas bolsas de atmósfera modificada que, al abrirlas, huelen a rayos. Lo que hay dentro, en realidad, es una concentración de gases: oxígeno, dióxido de carbono, nitrógeno. Una especie de cápsula del tiempo para que la fruta llegue aquí con el aspecto de estar fresca.

Pero eso no es todo. Sus clientes también le reclaman fresas blancas. “Dicen que saben a piña”, se burla el frutero, como si la afirmación fuera una herejía. Las fresas, se lamenta, son rojas, huelen a fresa y saben a fresa. Pero no. Ahora resulta que hay una variedad como la nieve que el mercado ha convertido en un objeto de deseo. Y él, como principio, se ha negado a venderlas.

Más peticiones absurdas: kiwi berry, un kiwi enano, del tamaño de una aceituna. Lo cultivan en Polonia. La pitaya prefiere ni mencionarla. La considera un fraude: “Es una fruta gelatinosa que no sabe absolutamente a nada”.

“Todo esto es una locura”, sentencia el frutero. La fruta y la verdura de temporada tienen mejor sabor, más frescura, más nutrientes. Son mejores para el medioambiente, benefician a la economía local y reducen el desperdicio alimentario. Y, por si fuera poco, son más baratas. Pero la gente las ignora. Quiere su fresa blanca. Quiere cerezas en enero. Quiere su capricho embalsamado en gases de conservación.

Una canción pop de los 80 decía: Besarte es como comer naranjas en agosto y uvas en abril. Qué frase tan cursi. Pero hoy, además, no tendría sentido. En cualquier supermercado puedes encontrar melocotones en pleno invierno y alcachofas en mitad del verano. Da igual la estación, da igual de dónde vengan, da igual cómo se cultiven. El mundo se ha convertido en un mercado global donde todo está disponible todo el tiempo. Pero a qué precio. El frutero apura su cerveza. Mira la espuma que se ha quedado pegada en el cuello de la botella, suspira. Luego se levanta y regresa a su tienda, donde le espera la batalla diaria contra la demanda insaciable de lo imposible.

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