El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
El poder real es el dinero. No se engañe. Si usted es ministro, en un acto, a su lado, hay un tipo que se está riendo del ejercicio democrático que le ha llevado hasta el cargo, que no está nada mal por cierto, pero da igual: él tiene mucho dinero en su cuenta, y eso hace que le engorde su virilidad hasta extremos insultantes.
El dinero crece como la escala de Richter y es masculino; sí, sólo si eres un tío criado en esta sopa paterna entiendes lo que quiero decir, y esto que digo no es una devaluación de lo femenino, al revés y por eso es tan fuerte la reacción contra el feminismo: saben que esta reclamación justa incluye un análisis devastador del capital. Y tampoco significa que no haya mujeres igualmente depravadas que hombres, es lo mismo, es la crianza, lo que afirmo es que los valores que hay detrás del dinero son masculinos.
El dinero es como el porno; el porno para mujeres sólo existe en la subjetividad de quien quiera verlo para excitarse, muy legítimo, pero la idea misma del porno es la del dinero que sabe que en su cantidad, cuanto más desmedida mejor, más grande, está la clave de todo, no importa lo demás, sino verme (ilusionarme con verme) a mí sabiéndome poderoso para poder conseguir lo que desee.
Cuanto más se tiene, más se necesita para tener más. El doble de millones no es el doble de una cantidad de dinero. Como en los terremotos. Si uno puede vivir maravillosamente a partir de una cifra grande: ¿para qué más?; esta pregunta demostraría que no hemos entendido nada. Hay que centrarse en lo que importa: las preguntas existenciales como ¿para qué, por qué, de dónde viene, a dónde va, cómo se produce, a quién destruye...? son eliminadas, porque, por algún motivo, si el mundo se estuviera deshaciendo en los próximos minutos: el rico miraría asombrado preguntándose cómo puede estar afectándole eso a él. El dinero ya sabe de qué va la vida, por eso te la organiza: Dios, patria y familia, fidelidades a prueba de bomba (siempre que no haya un beneficio mayor de por medio), clases sociales bien marcadas (porque ¿en qué iba a trabajar la gente si no hubiera trabajo?), leyes evolutivas pero a su estilo, sin el azar, en teoría si trabajas puedes pasar del lumpen al privilegio, el sistema premia el mérito. ¡Que se lo digan a ellos (y a quienes sistemáticamente heredan la pobreza)!
Los muertos rusos, ucranianos, palestinos, israelíes, mejicanos, congoleños, sudaneses... ¿qué tienen que ver con el dinero? Lógicamente nada, uno mira su cuenta en el banco y no ve a una niña cavando en busca de coltán, litio, farlopa, petróleo u otros minerales; mira uno y entiende que esa tía que está buenísima te la chupe y se gane la vida, una mirada puramente profesional; uno mira sus inversiones ¿y que culpa tiene de que el mercado eche a las gentes de sus casas hacia arrabales insufribles? “Fíjate, a mí no me pasa de eso”, piensa, y añade “... coño”. Y es que verdad, al pobre le gusta quejarse, y no hace nada por ser rico, que es la solución... El dinero no es para todos, porque para eso hay que “saber”, léase de nuevo el artículo.
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