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El pasado es el almacén de armas al que acuden quienes quieren condicionar el presente de los demás. El hallazgo de conductas reprobables o de una ideología juvenil que contradiga lo que se pregona hoy se erigen, en la esfera social y política, en un argumento de autoridad para enmarcar en la frente de la víctima un cartel de lo que un día fue y, por tanto, jamás dejará de ser. Pensar que el ser humano es inmutable no solo es un error, sino una fogata humeante de ignorancia. He conocido a perfectos gilipollas con 18 años, una edad muy apropiada si hay que escoger cuándo serlo, que con 30 le pasean el yorkshire a la novia. Durante estos meses las rotativas han impreso grandes portadas con un marido perfecto en su origen que acabó drogando a su mujer y permitiendo que 50 hombres la violasen durante 10 años. Nadie está para siempre condenado a ser una mala persona porque un día lo fue, ni seguro es que alguien, bueno ayer, lo siga siendo mañana.
Devoro estos días El loco de Dios en el fin del mundo (Random House), de Cercas, una amalgama de crónica, ensayo, biografía y autobiografía, “un experimento friki” en palabras del autor, sobre un viaje en el que acompañó al papa Francisco a Mongolia y que acaba siendo un viaje hacia las tribulaciones del ser humano y su relación con la fe. Desmiente algunos clichés, como que el papa es comunista porque de adolescente leía a comunistas, y aporta algún dato simpático, como que en su juventud trabajó como portero en bares de tango.
Cercas escribe que los jesuitas que trataban con él en los años 70 lo definían como autoritario, sinuoso e intimidante. Veinte años después, cuenta, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, los testimonios le presentan como alguien melancólico, introvertido, “un religioso que se desvivía por atender a los pobres”. “Todos esos personajes son el mismo Bergoglio, pero todos son distintos. ¿Hay cosas en común a todos ellos? Muy pocas”, escribe. El pasado de Francisco sirve a los tradicionalistas para confirmar y expandir sus recelos y a los más progresistas para decir que tan comunista no será (no lo es) cuando no acepta el aborto. Se ve que hay algunos por ahí rondando que ahora quieren que un jugador de baloncesto se ponga a meter golazos por la escuadra.
El pasado es el lugar al que cada uno acudimos para encontrar todas las respuestas, pero también aquel que visitan otros para descubrir esas que les convengan y confirmen sus prejuicios. Quienes no creen en la contrición verán siempre en el cuarentón que deja a los niños en el cole al chaval que con 24 años se drogaba. Quienes quieran hallar un adúltero en potencia echarán la vista atrás y la dirigirán contra ese veinteañero que fue un cabrón con la novia y hoy se casa con 33. Basta un espejo para aquel que quiera encontrar a esa persona que, mientras el mundo cambia, es la única que no lo ha hecho.
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