
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
No queremos reyes
Andaba yo distraída escuchando la radio, cuando iniciaron la conversación con dos docentes, uno de baja tras 27 años de servicio como funcionario y otro que acababa de publicar un libro en el que contaba la situación por la que atravesaba la enseñanza y el profesorado en el día a día. Estaba cuestionándose si continuaba o no en esta profesión.
Algo de lo que uno de ellos dijo me alertó: “Espero que mis compañeros que dicen no tener problemas en las aulas, sean solidarios con aquellos que sí los tenemos”.
La situación de la enseñanza a nivel oficial debe ser revisada y consensuada, palabra desgraciadamente en desuso y muy olvidada, con un pacto de Estado. No es la primera vez que lo reclamo por ser no solo necesario ,sino muy urgente, pero lo que trascendió de esa entrevista fue solo el punto de vista de aquellos que personalmente han sido atrapados por la zona oscura de esta profesión.
Que el sistema hace aguas es sabido por todos; que los principios de respeto y dedicación que son consustanciales a este trabajo, no pasan por los mejores momentos; que la enseñanza está en crisis, lo está. Pero es aún más importante señalar que lo es no solo por problemas propios, sino fundamentalmente como reflejo de una sociedad que está en crisis y que hace aguas desde el mismo momento en el que el alumnado vio la luz el día de su nacimiento. Cuando llevas mucho tiempo en la enseñanza y ya estás incluso jubilada, te das cuenta de que, esos adolescentes que en lo básico se parecen tanto a los que un día fuimos, no podemos señalarlos como culpables de una situación; ellos son el producto, el más frágil de todo este sistema, y carne de cañón de un futuro cada vez más incierto.
Vivir no es nada fácil en una sociedad que ha perdido el norte, donde estar es mucho más importante que ser; donde el individualismo más egoísta ha pasado a presidir las relaciones entre las personas. ¿Quiénes pretenden que sea el profesorado el que arregle una situación en la que ni la Administración les apoya, ni las familias son los coautores junto a ellos de la buena marcha de sus hijos, sino los jueces que ponen en duda todo lo que van a hacer? Sí, reconozco el dolor de muchos de los que pasan por depresiones y en parte es el aula y sus habitantes su problema, pero no es justo que los que reconocen que son cuatro por aulas los disruptivos, señalen al conjunto como origen de su decepción laboral. Si una profesora puede transitar en este caos, sujeto a otros intereses, lo hace por la sonrisa amable y el trabajo compartido con compañeros y alumnos. Que se reconozca esta actividad cotidiana conjunta es lo que hace a la Enseñanza la profesión más bella del mundo. (Continuará).
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