Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
En blanco y negro
Ya sabemos que cada paisano está convencido de que la Feria de su pueblo/ciudad/villa es la mejor. Pero hay un matiz. Importantísimo. En el caso de la de La Línea esa tesis es inequívocamente cierta. Casi 70.000 linenes no podemos estar equivocados. Está claro que la diferencia no está ni en las Hamburguesas Uranga, ni en el Látigo (si es que aún existe) ni en esos lanzamientos de penaltis frente a un portero que se pone boca abajo que igual tienen algo de tomadura de pelo. Porque todo eso lo hay también en las otras ferias. Bueno, hasta en eso hay un factor diferenciador, porque tener como telon de fondo un aeropuerto en el extranjero y un peñón no está al alcance de cualquiera.
Lo que hace sustancialmente singular a la semana grande de La Línea son sus gentes. Ésas a las que cuatro panfleteros señalan desde la ignorancia y que, en su abrumadora mayoría, son personas generosas, acogedoras, trabajadoras y si tienen buen fondo, incondicionales de su Balona.
Este lunes desperté con una decena de mensajes. Todos del mismo remitente. “Cuenta, cuenta”. “Da detalles”. Le pregunté, con mala baba, si me hablaba de la selección y de su triunfo en la Eurocopa. “Y a mí que me importa quién gana un torneo casi local de un deporte para blandos”, me respondió, añadiendo su característico emoticono con un guiño.
Era mi amigo John. El mismo que tiene como estado de WhatsApp un “The best celebration in the world” junto a una foto suya en la calle de los paraguas un Domingo Rociero. El que se pasea por Boston con una camiseta de la Balompédica y que sostiene que es su equipo, aunque admito que no he conseguido explicarle muy bien por qué la Segunda Federación es, en realidad, la cuarta categoría nacional.
Como tampoco he logrado transmitirle por qué en nuestra Feria hay un día de la japonesa cuando él pasa meses en la ciudad y apenas havisto media docena. A ver como le hago entender de una vez por todas que se trata de los dulces que nacieron en el obrador del Okay (para los más viejos el Jockey) y que no tiene nada que ver con las ciudadanas del país del sol naciente.
John sostiene que la gran tragedia de 2020 no fue el Covid. Que el verdadero problema fue la suspensión de la Feria de La Línea. Y, sobre todo, de su (de él, de John)Domingo Rociero. Nunca vi abrir más los ojos y disfrutar más a alguien que en la primera visita de este peculiar norteamericano al día por excelencia de los linenses.
En una de nuestras despedidas, en el aeropuerto de Málaga, le pregunté cómo explicaba en Estados Unidos qué es el Domingo Rocierto. Me miró de arriba a abajo casi de manera desafiante y me respondió en ese habla tan particular suyo que tanto me recuerda al de los gibraltareños: “Eso no se puede explicar Rubén, es el Domingo Rociero. Nada más”. Y pensé: tiene narices que haya tenido que venir un tío de Massachusetts a verbalizar lo que creía que solo entendíamos los muy de aquí abajito.
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