Don mario y don Felipe
Quousque tandem
La muerte de Vargas Llosa, cuya obra será siempre una cumbre incuestionable de la literatura, me trajo a la memoria cómo llegaron sus libros a mis manos para formar parte de mi educación, de mi formación intelectual, de mi visión del mundo y de la vida y como, poco después, coincidimos en el liberalismo al que tuve la suerte de acercarme, a diferencia del maestro, en plena juventud y sin necesidad de surcar los oscuros mares de la utopía comunista para finalizar la travesía arribando en el puerto abierto de las Libertades.
Pero también cómo y gracias a quien lo conocí. Me vino el recuerdo de don Felipe Ávila, mi profesor de Lengua y Literatura en los Maristas que sabedor de mi afición a la lectura, me recomendó un día Los jefes. “Es un libro de relatos. Creo que te va a gustar mucho”, recuerdo, más o menos, que me dijo. Y luego, ya, vinieron casi como en procesión todos los demás. Vargas Llosa me conquistó desde el primer momento. Su prosa, tan cuidada como desgarradora; sus diálogos, plenos de frescura y vida, junto a sus personajes, sujetos a pulsiones primitivas y envueltos siempre en pasiones humanas y tensiones políticas, hicieron de mí un lector recurrente de su obra. Volviendo a don Felipe, este no fue el primero ni el último libro al que llegué gracias a su consejo. Encontrarlo por la calle, años después, era preludio de una exquisita conversación que casi siempre acababa llevándonos a la literatura; a comentar, aunque fuera someramente, el libro que cada uno estuviera disfrutando en ese momento y a transmitir una pasión desbordante por la lectura.
Dijo Vargas Llosa que escribía porque no le gustaba la vida tal como es y por eso la inventaba. Crear un mundo, no necesariamente ideal, pero siempre lleno de vitalidad, anhelos y hasta contradicciones es la divisa de todo gran creador. Y más, si se trata de fabular con la excelencia que siempre demostró don Mario. ¿Cuántas veces esa plétora de fantasías que nace de la mente de un autor nos resulta balsámica, sugerente, inspiradora, terapéutica o estimulante? Pero también nos hacen falta maestros, como don Felipe, que sean capaces de infundirnos ese interés que no siempre aflora en nosotros naturalmente. Recuerdo con frecuencia las bellísimas palabras de Albert Camus a su maestro, Monsieur Germain, tras ganar el Nobel de Literatura: “Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto”. Homenajeemos pues, al maestro y también a los maestros que nos lo dieron a conocer.
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