El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Auguste Dupin es un personaje de ficción creado por Edgar Allan Poe. Aparece por primera vez en Los crímenes de la calle Morgue, la primera novela policíaca de la historia de la literatura. Dupin es un joven y elegante caballero francés que se interesa en la resolución del atroz asesinato de dos mujeres (madre e hija) en un apartamento de una popular calle de París. Las investigaciones de la policía no conducen a resultado alguno. Los criminales no forzaron la entrada en el domicilio; no se llevaron ni joyas ni dinero, limitándose a destrozar el mobiliario y a matar y mutilar salvajemente a las dos mujeres. Dupin aborda el enigma analizando los hechos que han sido profusamente reflejados en los periódicos locales. Analítico y talentoso, estudia los testimonios, examina la escena del crimen y emplea el sentido común para inferir que estas mujeres brutalmente asesinadas en una habitación cerrada conforman un crimen de naturaleza tan violenta que sobrepasa la condición humana.
La evocación del perspicaz investigador creado por Poe (precursor de Sherlock Holmes y Hércules Poirot) viene al caso de poder reflexionar al modo de Dupin (gracias a la exhaustiva cobertura dada por los medios de comunicación) sobre la denuncia de acoso y agresión sexual presentada por una artista contra un político (ya defenestrado). Cuenta la denunciante que, tras acompañar al denunciado a la presentación de un libro, ambos acudieron a una fiesta. En el ascensor el político le dio un beso de manera violenta y sin consentimiento. Ya en el transcurso del guateque, la llevó a una habitación donde tocó su cuerpo de forma invasiva al punto de quitarle el sujetador y lamerle los pechos mientras le mostraba su miembro viril. La denunciante refiere sentirse en esos momentos paralizada y no consentir lo que sucedió. A los 20 minutos volvieron a la fiesta al prometerle al denunciado que le acompañaría a su casa. Aunque recibe en el taxi la llamada de un familiar informándole que su hija de un año tiene 40º de fiebre, la chica continua hasta la casa del político donde este persiste en efectuarle tocamientos. La víctima, incómoda, le recordó lo de “solo sí es sí” y también si “no sabía lo que era la seducción”.
Seguro que la analítica mente de Dupin haría algunas consideraciones a este relato. Si le intimidó en el ascensor ¿no era quizás el momento de dejar las cosas claras? Si aun así no cesa en el flirteo y consiente, atemorizada, lo que ocurre en la habitación, ¿por qué se mete en la boca del lobo acompañándolo después a su casa? ¿No era acaso una excusa imperativa y cierta para dar por acabada la velada el hecho de que una madre tenga noticia de que su hijita está enferma? Las deducciones de Dupin le llevaron a encontrar el criminal de la calle Morgue: un orangután escapado de un barco. En el caso expuesto su conclusión bien podría ser que ni siquiera existía un culpable.
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