Edificios emotivos

Al sur del Sur

La comisión de expertos en patrimonio no debe servir para que el Ayuntamiento de Algeciras se parapete tras ella, dando por hechos todos sus deberes, ni para tener listo dentro de unos meses un documento bienintencionado carente de espíritu práctico

La casa de Regino Martínez, en la calle que lleva su nombre, con el cartel de 'Se vende' colocado esta semana.
La casa de Regino Martínez, en la calle que lleva su nombre, con el cartel de 'Se vende' colocado esta semana. / G.S.G.

20 de octubre 2024 - 04:01

La noticia adelantada el pasado miércoles en Europa Sur sobre la puesta en venta en Algeciras de la casa natal del insigne músico Regino Martínez Basso -situada en la que calle que, precisamente, lleva su nombre- con la intención no de restaurarla, sino de echarla abajo para construir un bloque de viviendas de tres plantas, ha provocado una reacción en cadena de protesta entre la ciudadanía a través de las redes sociales en defensa del muy deteriorado patrimonio urbanístico de la ciudad.

La sombra de la piqueta se ha situado sobre uno de los últimos ejemplos que quedan en pie en la ciudad del caserío tradicional, un inmueble de dos plantas, con tejado a dos aguas y balcones tradicionales a la calle. Hasta el 31 de enero pasado, un bar, El Violinista -así llamado en homenaje al maestro- dio vida al edificio sacándolo del abandono y permitiendo que se realizasen unas obras de adecentamiento de su interior. Sin embargo, en su cortedad de miras, los propietarios de la casa rescindieron el contrato de alquiler con los gestores del establecimiento en esa fecha y la pusieron en venta con las aspiraciones antes comentadas.

Esta vez, el Ayuntamiento, con el alcalde a la cabeza, ha tomado rápido partido en el tema y prometido hacer todo lo posible para salvar el edificio a través de algunas de las figuras que el ordenamiento prevé. Pese a su singularidad, la casa de Regino Martínez carece de protección y no figura en el Catálogo de bienes protegidos de Algeciras, por lo que el Consistorio debe darse prisa en actuar. Ha creado, de momento y en el plazo de solo dos días, un comité de expertos bajo la coordinación de Carlos Gómez de Avellaneda, para la elaboración de un catálogo de “edificios con valor sentimental y/o histórico”, aunque está por ver la concreción de esa iniciativa y de si servirá para proteger y recuperar no solo la casa del violinista, sino también lo poco que queda de la casa Millán, el asilo San José, el patio del Coral o la casa de Ramón Pujol, por poner algunos ejemplos significativos.

No se han distinguido los gobiernos municipales de Algeciras, tampoco el actual, por el cuidado del patrimonio inmobiliario. Por lo general, el encogimiento de hombros y la inacción han sido su guía frente a muchos propietarios, que se han dedicado a esperar a que sus casas antiguas -que no viejas- se caigan solas para levantar en su lugar impersonales bloques, como cajas de zapatos puestas en vertical, como diría Téllez.

La ciudad necesita sacudirse la caspa y también el polvo de esas ruinas y combatir la especulación inmobiliaria. Por más que los algecireños seamos, por naturaleza, seres agradecidos que necesitamos bien poco para sentirnos recompensados, el futuro no se puede construir solo adecentando una esquina del Llano y colocando un tobogán gigante de dimensiones imposibles para los niños; también es preciso mirar hacia los barrios y hacia esos escasos iconos arquitectónicos que resisten a la tentación del fachadismo y que, si se mantienen en pie, es por la terquedad de sus vigas, no por los cuidados recibidos.

La UE, a través de su Estrategia de Rehabilitación Urbana, señala que deben ser los ayuntamientos los que deben liderar esos procesos a través de la creación de ventanillas únicas para “planificar, impulsar, gestionar y poner en marcha las actuaciones”. Y en los barrios, localizar oficinas de rehabilitación.

La citada comisión, por tanto, no debe servir para que el Ayuntamiento se parapete tras ella, dando por hechos todos sus deberes, ni para tener listo dentro de unos meses un documento bienintencionado o un catálogo de edificios emotivos carente de espíritu práctico. Debe ser un ente complementario de una política urbanística pensada en mayúsculas, no a retazos ni a golpe de cornisas caídas. La legislación ofrece un abanico de instrumentos, desde las ayudas -como los fondos Next Generation- a las expropiaciones, para conservar en buen estado todos esos edificios singulares y muchos otros, pero la batalla entre la iniciativa y el espíritu fatalista está siendo ganada por este último desde hace muchos años.

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