La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Quousque tandem
Que la Cepyme haya llegado al hartazgo es algo que cabía esperar. Sobre todo, porque la actitud de este Gobierno respecto a la empresa y los empresarios se mueve entre la caricatura y la aversión. Cuando no el odio. Siguen vendiendo la imagen del plutócrata de las viejas ilustraciones de los panfletos anarquistas y comunistas de los años veinte, lo que resulta absolutamente pueril y delirante. Más aún, cuando nuestro tejido empresarial se compone mayoritariamente de pequeñas y medianas empresas, amén de autónomos, muchos de ellos forzados a serlo para poder sobrevivir.
El desprecio continuado hacia la figura del empresario, el hostigamiento incesante contra la propia actividad de las empresas y el populismo desmedido del Gobierno responden a una clara estrategia: la de ocultar su incapacidad para mejorar la economía del país, su inadmisible abdicación del cumplimiento de las exigencias constitucionales al no haber, ni siquiera, presentado un proyecto de Presupuestos para este ejercicio y su recurso constante al endeudamiento público. Y, mientras tanto, defienden con absoluto cinismo el continuo empobrecimiento de la ciudadanía a base del uso y abuso de la demagogia más ridícula y pedestre. Las políticas económicas implementadas por este gobierno, más que crear riqueza, reparten miseria. No se crea empleo, tan solo se convocan plazas de funcionario, se contrata personal a cargo de los presupuestos prorrogados y el poco trabajo que va quedando en un sector privado ahogado por la carga impositiva se avienta como quien reparte migajas a las palomas.
El control, la supervisión y la intervención estatal en la economía empieza a ser asfixiante. La sobrerregulación, las amenazas sancionadoras y la imposición de condiciones sin tener en consideración la libertad de empresa y tampoco, la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores, consagradas en nuestra Constitución están desarbolando al sector privado. La culpabilización del empresario sobrepasa en mucho el justo carácter tuitivo del Derecho Laboral. Se le ha convertido en un delincuente al que se exige que demuestre que no lo es mientras el sector productivo subvenciona vía impuestos las imponentes pérdidas de las empresas públicas. Pero, en un acto de clara valentía y en una demostración de que la sociedad civil no está muerta, los empresarios han alzado la voz para decir claramente “hasta aquí”. ¿A alguien le extraña que se rebelen?
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