El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Hans Rosling fue un médico y científico sueco que se dedicó a estudiar la salud y su relación con el progreso. Es famoso por la amenidad de sus conferencias divulgativas y, quizá, la más famosa de ellas sea: “Hans Rosling y la lavadora mágica”. En ella nos cuenta como en la Suecia de mitad de siglo XX su madre reunió con gran esfuerzo el dinero necesario para adquirir ese electrodoméstico. El día que la lavadora entró en su casa, él apenas tenía 4 años y recuerda que toda la familia se congregó en torno al novedoso aparato, reclamando su abuela el derecho a apretar el botón que lo ponía en funcionamiento. La familia se quedó extasiada viendo como el tambor daba vueltas y como, casi por arte de magia, en muy poco tiempo la lavadora devolvía la ropa limpia.
La madre de Hans –como todas las mujeres antes del advenimiento de la electricidad– lavaba su ropa a mano, tenía que traer el agua desde los ríos o arroyos o trasladarse con la colada hasta sus orillas y calentar el agua con leña para un mejor lavado. Todo ese laborioso y entretenido proceso de limpieza se eliminaba con la llegada de la lavadora y Hans lo explicitaba haciendo que, tras sacar la ropa lavada de su interior la maquina le devolviese además los cuentos infantiles que desde entonces su madre tuvo tiempo de leerle, el curso de inglés que ella pudo aprender yendo a la biblioteca y, en definitiva, las nuevas actividades que no teniendo nada que ver con las tareas de supervivencia, facilitaron el progreso espiritual y cultural de la gente.
Los primeros humanos eran bastante débiles y no demasiado bien posicionados en la cadena trófica (se alimentaban de carroña) y, según nos cuenta el excelente divulgador y físico Manuel Fernández Ordóñez, apenas podían desarrollar 50 vatios de potencia de forma sostenida y unos 100 en picos de esfuerzo. El éxito de los humanos estuvo en poder dominar fuentes de energía externas, algo que ningún otro animal había conseguido. Primero dominó el fuego y obtuvo una fuente de calor que le permitió vivir en climas más fríos, hizo posible que se cocinaran alimentos, facilitó la cohesión social y pudo ser el catalizador definitivo para la perfección del lenguaje. Muchos miles de años más tarde los homínidos lograron una nueva externalización de la energía desarrollando la agricultura que los hizo pasar de nómadas a sedentarios, paso que se vio favorecido por una tercera conquista energética, la domesticación de los animales. Fueron los egipcios los responsables de un nuevo logro, el aprovechamiento de las fuerzas de la naturaleza: el viento para navegar y el agua para mover molinos. El carbón sustituyó a la madera y dio origen en la Inglaterra del XVIII a la revolución industrial. Después vendría el petróleo y, por fin, la energía nuclear (la fuente de energía del futuro). La tecnología trae de la mano el progreso como bien están comprobando ahora los cubanos que ven como, literalmente, su país se desmorona a oscuras.
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