De Españas y ciegos
Andan los ánimos calentitos y de nuevo se escucha el martilleo agotador de las dos Españas, alentado por quienes no solo están llamados, sino dispuestos, a que en esta hermosa tierra besada por el sol se repitan los mismos errores que en el pasado. Un crítico musical con amplio séquito de tuiteros dice que solo cabe elegir hoy la España de La Revuelta o la España de El Hormiguero, y emergen aquí los Fonsi Loaizas y Bertrand Ndgongos (toda democracia tiene sus fugas) a enardecer a sus prosélitos llamando fascista a uno y machista y vendido a otro.
Insoportable es un rato. Y sería preocupante si uno no saliese a las maravillosas calles de este nuestro país y descubriese que, por ahora, España no es Twitter. Claro que hay quienes quieren construir muros mientras trabajan en pos de “la convivencia” en esos lares donde fueron destetados Josep Pla, Eduardo Mendoza o Vázquez Montalbán; y claro que quienes critican la instalación de esos muros ayudan, por disidencias y bisoñeces, a apuntalarlo.
Lejos de maniqueísmos, dejo al albur y al antojo de la cuestión generacional la preferencia por La Revuelta o El Hormiguero. De pequeño el programa de Pablo Motos me parecía el mejor de la historia. Hoy no me gusta. Hace cinco años La Resistencia me parecía el mejor programa de la historia. Y hoy rara vez me interesa. Sí me gustó la entrevista a Millás y Arsuaga porque al valenciano, en su senectud, habrán de llorarle todas las Españas cuando se le apaguen las ideas.
Hay personas que cuando hablan detienen los movimientos terrestres y alargan los días y las estaciones porque sus palabras funcionan a modo de imán. Millás es una de ellas. Anecdótico, recordó cuando se prestó a hacer un –gran– reportaje en el que trató de vivir en sus propias carnes durante 24 horas lo que un ciego vive desde que lo es. “A las dos horas de estar ciego se despertaron en mí el resto de los sentidos. El sentido de la vista es muy invasor, se come todo”.
La reflexión de Millás demuestra, al fin y al cabo, que la vista es útil para mirar, pero prescindible para observar. Para ello se necesita mucho más. El metro, los supermercados, las avenidas, los bares y restaurantes andan repletos de ciegos con ojos sanos que miran, pero no ven. Por eso a mí me gusta más la cita atribuida a don Manuel de Falla que los versos de Francisco de Icaza. Al pobrecito invidente de “Dale limosna, mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada” le reconfortará saber que “en ninguna parte del mundo suena el paisaje como Granada”. Aunque claro, a veces dan ganas de perder los sentidos y sacrificar los encantos de la ciudad nazarí para que los que se dicen demócratas no nos obliguen a ver y escuchar lo que ellos quieren que veamos y escuchemos.
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