ETA en el lavavajillas

12 de octubre 2024 - 03:05

Este domingo han de llenarse las calles de los Madriles de españoles hartos de cobrar 1.500 euros y pagar un alquilercito de 900 o de desembuchar 500.000 para hacer algo tan revolucionario como encender la llamita del hogar y tener a dos chavalines correteando y rompiendo jarrones por el salón. Quedan pocos derechos fundamentales sin ideologizar, y el español haría bien en luchar por que no se convierta la vivienda en un arma arrojadiza. Una vez conseguido el objetivo, podremos seguir matándonos por todo lo demás sabiendo que el sofá espera sin la necesidad de mirar compulsivamente la cuenta corriente. Entretanto, se llena el debate de mezquindad en las cámaras representativas. Madrid es una de las tres cabezas del Cerbero habitacional que guarda la puerta de la casita digna. Y en Madrid, su presidenta, ingeniosa, chistosa, levanta la voz contra la paradoja de que el Gobierno pacte la ley de vivienda con los expertos en zulos. La seriedad con la que aborda el asunto es inconmensurable, y no sería de extrañar que, como CR7, pronto Ayuso entregue los Premios Ayuso del Humor a Ayuso.

Se entiende, de verdad que se entiende. Hace tiempo que su partido se olvidó de que apoyó, en un gesto de concordia y normalización, la entrada de Bildu en el tablero político, que no necesariamente debe implicar aquiescencia con la formación, también, claro que sí, necesaria confrontación democrática. El PP está rabiando porque tiene razón: ha sido engañado por el juego astuto y desprovisto de moral del Gobierno al colarles la reforma de una ley que, al fin y al cabo, permitirá que una cuarentena de etarras cumpla la pena de prisión que les corresponde –ni más ni menos– por haber tocado barrotes en cárceles extranjeras antes de su traslado a España.

Pero el PP también está rabiando porque ha vuelto a demostrar su bisoñez, trocada ahora en cicatería como pomada para curar la herida. A la derecha no le conviene dejar morir discursivamente a ETA porque necesita utilizar a sus víctimas. Hay algo de tristeza e indignación en el calculado gesto histriónico del PP ordenando a Marimar Blanco entrar en el Congreso y sentarse al lado de Feijóo mientras los aplausos de su bancada interrumpían la comparecencia de Sánchez desde la tribuna. Hay mucho de ruindad en el circo del saltimbanqui Tellado mostrando al PSOE desde su escaño imágenes de asesinados por la banda terrorista. Y hay mucho, muchísimo, de esperanza y admiración en los enfados de Consuelo Ordóñez y María Jauregui, incorruptibles, por la instrumentalización de sus familiares. El PP crecerá como partido el día que deje volar a las víctimas. Hasta entonces, nos las meterán hasta en el cálculo del precio del metro cuadrado y en el lavavajillas que nos gustaría instalar en la vivienda inalcanzable.

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