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Lo reconozco, soy de esas que no puso el árbol durante el puente porque ya lo hice hace dos semanas. Tras luchar con mi pareja y después de que la vecina del segundo diera el pistoletazo colocando un felpudo de renos, saqué mis bolas de purpurina, la guirnalda de luces y me dispuse a crear una fantasía de dos meses de duración en mi salón.
La Navidad es ese período del año que divide a las personas en dos grupos, y yo soy de las del grupo peñazo, el de los villancicos y las estampas familiares, un espécimen en peligro de extinción. Lo entiendo, es una época dura en la que se nos vienen a la mente las personas que ya no están con nosotros para celebrarla, pero, justo por eso, creo que merece la pena hacer que el presente valga la pena, por mucho que nos cueste. Creo que tenemos el deber para con nosotros de esforzarnos en ser felices, porque la felicidad no es más que eso, una decisión consciente. Esa es la razón por la que me gustan tanto las celebraciones, porque nos animan a salir de la tristeza y zambullirnos en una alegría repentina y premeditada, en una positividad colectiva rayana a la histeria. Y sinceramente, por mucho que otros lo nieguen, considero más útil ser forzosamente feliz que francamente triste.
Adoro todo lo que significa la Navidad, adoro que las personas nos empeñemos en llenar de luz el mes más oscuro del año, que por una vez las familias hagan un verdadero esfuerzo para reunirse, que tengamos la excusa perfecta para llamar a esa persona con la que no encontrábamos el momento para hablar. Porque, por mucho que nos pese, somos humanos, y los humanos necesitamos justificaciones para movernos. Está genial eso de "no deberíamos necesitar una razón", "es que hay que valorar todos los días del año", pero la verdad es que tras milenios de evolución, seguimos sin ser capaces de movernos sin una excusa, por eso las adoro, cuantas más mejor.
Luego está el otro grupo de personas, el que venía escuchando en la radio, el que habla de "buenismo navideño" para referirse a la insoportable alegría que asalta a individuos como yo en el mes de diciembre. Es curioso que jamás se utilice dicha expresión como algo positivo. Parece que nos gusta más criticar el cariño espontáneo que la amargura continuada. Puede que porque no estemos acostumbrados a la felicidad, porque nos sea difícil creer que algo que ocurre sólo en determinado momento pueda provenir un sentimiento real. Jamás entenderé que nos molesten los actos de cariño o bondad, surjan de la razón que surjan. Nunca entenderé por qué criticamos que la empatía despierte en una fecha determinada en lugar de quejarnos de que permanezca dormida el resto del tiempo.
Sea como sea, te recomiendo que estas fiestas pongas unas luces en la ventana, que cojas el teléfono y llames a esa persona. Sí, tú no necesitas excusa, pero mira qué bien, por una vez la tienes, qué menos que aprovecharla. Feliz Navidad.
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