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Lo que me chirría de las palabras de Unai Simón es que llame Kylian a Mbappé, como si llevase entrenando con él en Lezama desde los ocho años y bebiendo del mismo kalimotxo en las txosnas desde los 16. Me apasiona ese compadreo entre los futbolistas, tan dados a llamarse hermanos, bros o irmãos y a contestarse mutuamente con emojis de fuegotes y cabras en Instagram. Por lo demás, a Unai Simón hay algunos que lo han puesto de fascista para arriba por no mojarse como Mbappé y decir lo que esos mismos que le critican querían escuchar.
La libertad de expresión es también la libertad de querer expresarse si a uno le apetece. Esta policía de la moral ya ha subido al portero español al Gólgota y ha encontrado la respuesta a su ambigüedad: Simón no pide a los chavales españoles que huyan de los extremos políticos como Mbappé porque su madre es ertzaina y su padre, guardia civil. ¿Qué se puede esperar de alguien así? Pues que sea un facha de manual, ¿no?
De las loables palabras del bueno de Kylian, gran bebedor de kalimotxos, surge en este punto otro asunto que pasa desapercibido. El francés dice que no le gustan los extremos, pero se ha concluido que el único que no le hace gracia es el de los ultraderechistas Le Pen y Bardella. La verborrea y el nacionalismo de estos dos eclipsa la radicalidad de Mélenchon, presidente de un partido con nombre de asalto a la Bastilla, La France insoumise. Si Francia anda desnortada es precisamente porque la alternativa a Macron es una de las dos trincheras. Uno de los dos extremos. Extremos. Dos.
Pero de las intenciones ocultas de las palabras cada uno saca las conclusiones que más le convienen. El portavoz de Podemos, Pablo Fernández, ha llamado valiente a Mbappé y considera lamentable el discurso de Unai Simón. “Ojalá más como él”, ha dicho del francés. Apuesto a que no le pareció tan valiente cuando se rio en la cara de un periodista que propuso a Christophe Galtier, exentrenador del PSG, que el equipo utilizase el tren en vez del avión para hacer trayectos cortos y contaminar menos.
Ojalá los futbolistas huyesen de las frases manidas y hablasen de política y de los problemas sociales. Ojalá llamasen más a votar para que se animasen los chavales, pero desde el criterio y no desde la demagogia. Unai Simón seguramente no se sienta con la propiedad suficiente para hablar del asunto, cosa que se agradece en un contexto dominado por voceros. Y, sobre todo, Pedro Sánchez no lo ha erigido en héroe nacional como Macron ha hecho con Mbappé, al que tiene por una especie de De Gaulle futbolístico y le ha pedido una ayudita. A mí lo que no me gusta de Unai Simón es que en la presión tarda mucho en pasar el balón y me pone nerviosito perdío. Se ve que, al fin y al cabo, a él también le cuesta jugar con los extremos.
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