La otra orilla
La lista
Suele darme asco el Narciso de turno que basa su proyección en renegar del prójimo, aquel que, entre que le duela la cabeza y muera una vieja, elige que muera la vieja. Pero las conductas inherentes al ser humano desde los tiempos de picar piedra existen para que las liberemos de vez en cuando. En la vida hay que tratar de ser bueno y amable hasta rabiar, pero poco o nada aprenderíamos si nunca hiciésemos una maldad o le pusiéramos una cara de “hoy duermo en el calabozo” al de la puertecita del ambulatorio; hay que ser justo y honrado, pero la excesa rectitud puede hacernos creer que solo nosotros podemos impartir justicia y repartir honradez.
Al fin y al cabo, las toxinas, en pequeñas dosis, se introducen en medicamentos que nos mantienen con vida, y el Narciso de turno me repele, sí, pero el egoísmo limitado se antoja necesario para valorarnos. España tiene en los últimos meses un problema de falta de egoísmo por pura funcionalidad. Nuestros gobernantes hacen hoy oposición a la oposición. Hay algo de divertido y preocupante, por ejemplo, en escuchar hablar a Yolanda Díaz. Si recopilamos algunas de sus intervenciones y les quitamos los rótulos, las generaciones venideras pensarán que fue una eterna candidata.
Italia suele ponerse como ejemplo de país desarrollado ingobernable. Desde la Segunda Guerra Mundial han pasado casi tantos años como gobiernos ha tenido. Ante su incapacidad de alcanzar pactos de Estado, la España actual debería mirar a su colega mediterráneo y comprender que el inmovilismo se resuelve en las urnas. He aquí, en la bella tierra de los acentos y las lenguas, un Gobierno que no gobierna, una oposición mezquina y torpe y una sociedad totalmente engañada. Cuando ocurre esto es fácil que aparezcan Yolandas Díaz, y los “hay que hacer tal” se repiten porque no se hace nada. Por tanto, es necesario buscar fuera las fórmulas para que pase el tiempo y se pueda seguir calentando el asiento.
Lleva España desde el 28 de julio debatiendo sobre si Venezuela es una dictadura o no, y se registran en la Casa del Pueblo iniciativas para que un país sin presidente reconozca a uno extranjero. Antes fueron Palestina y las ciudades universitarias abarrotadas de la chavalería a la que le importa más el genocidio israelí que el alquiler indigno hispano. Y antes, mucho antes, fueron los envíos de armas a Ucrania o el reconocimiento sibilino de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Los españoles podremos seguir en nuestro empeño fratricida y discutir sobre si el venezolano es o no un régimen represor. Los españoles podremos seguir condenando la brutalidad israelí o justificarla en los ataques terroristas del 7 de octubre. Y los españoles podremos, mientras tanto, seguir cobrando lo que cobramos, viviendo donde vivimos y pagando lo que pagamos.
También te puede interesar
La otra orilla
La lista
En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Confabulario
Manuel Gregorio González
E logio de la complejidad
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La cuenta atrás
Lo último