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Paco Rebolo
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Alto y claro
Para el adolescente que yo era entonces Conversación en La Catedral tuvo el efecto de un deslumbramiento. Marcó el tránsito de un mundo de lecturas juveniles en las que predominaban autores como Scott o Twain, pasando por algún Dickens, a otra dimensión en el que el planteamiento, la estructura y el lenguaje eran la materia prima de la creación. No lo pude hacer de mejor acompañado que con aquel volumen que llegó a mis manos un principio de verano gracias a la suscripción al Círculo de Lectores de mi hermano Ignacio. Mientras Zavalita se adentraba, Cristal helada tras Cristal helada, en la podredumbre del Perú de la dictadura del general Odría, aquí asistíamos al desmontaje de una dictadura que se caía de puro vieja y de puro inútil. Nada mejor para comprender lo que nos estaba pasando que trasladarnos a la desvencijada taberna en la que Santiago y Ambrosio desnudan su memoria con una crueldad infinita.
Conversación en La Catedral justifica por sí misma una carrera literaria. Desde ella era fácil recalar en otra obra maestra como La ciudad y los perros y, a partir de ahí, rebotar a Julio Cortázar y los magníficos volúmenes de cuentos de la colección de bolsillo de Alianza para terminar en la monumental Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, aunque si al arriba firmante le preguntara eso tan tonto de qué libro se llevaría a una isla desierta no dudaría en señalar la conversación entre el periodista desencantado y el sicario zambo.
Los años en los que los tres citados publican sus novelas son los mejores de la literatura en español de último siglo. Coincidieron grandes dosis de talento y la brillantez de una editora, Carmen Ballcels, que convirtió Barcelona en el epicentro de un terremoto de excelente creación literaria bajo la etiqueta del boom latinoamericano. El terremoto, por cierto, tuvo una réplica andaluza con la generación de los narraluces, que dio alguna obra notable en la estela que dejaban los del otro lado del Atlántico.
Mario Vargas Llosa, como cualquier autor con una trayectoria tan larga y rica como la suya tiene altas y bajas y novelas que están lejos de la excelencia. También hizo una entrada en la política de su país que mejor sería olvidar y una incursión senil y desdichada, sobre todo para él, en el mundo rosa con el arrejuntamiento y separación con la reina de corazones. Pero por encima de todo es el escritor de su generación con más capacidad para crear literatura adictiva que es, por definición la mejor literatura.
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