
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Víctimas
Al principio, el maestro acumulaba una cantidad enorme de conocimientos, que transmitía a su alumnado. Era la fuente a la que acceder. Era el maestro-sabio.
Posteriormente, otras propuestas empezaron a reclamar la inclusión de las niñas en el proceso educativo, la extensión de la enseñanza para sacar a la infancia de la pobreza y la miseria, el replanteo de los contenidos incluidos en el currículo para que se adaptaran a la realidad de los tiempos, la adopción de procedimientos que favorecieran el aprendizaje, la atención a aspectos psicológicos y pedagógicos, etc. Este modelo alcanzó unos frutos extraordinarios a principios del siglo XX.
En España, con la democracia, nos volcamos en conocer cuáles eran las claves del aprendizaje y en aplicar la metodología más apropiada. El conocimiento ya no estaba en manos de la maestra, pero ésta se convertía en la llave para despertar el interés, respetar las habilidades y las inclinaciones del alumnado, facilitar el acceso a las informaciones, trabajar la capacidad de análisis, facultar el desarrollo del espíritu crítico, promover la búsqueda de alternativas, fomentar el compromiso, reconocer la aplicabilidad de lo estudiado, etc. Digamos que pasamos al modelo maestra-herramienta. Especialmente, para poder desenvolverse en el mundo que se desentrañó tras la aparición de poderosísimas tecnologías como internet.
En estos ultimísimos días, la IA ha supuesto otra nueva revolución. Ahora, no sólo los conocimientos, las informaciones y los saberes, ya no pertenecen a las docentes, sino que, tampoco lo son las resoluciones. Sólo hace falta poner el enunciado de un ejercicio en el Chat GPT, para obtener, de inmediato, una respuesta efectiva.
Por eso me pregunto qué futuro tiene esta profesión. ¿Quedará con un papel residual en los primeros años de la infancia, o para quienes no encuentren el camino? Además, no olvidemos que la ideología formará parte de esa Gran Verdad de la IA, muchas veces acientífica y en manos de los sectores del poder. Incluso me cuestiono si serán necesarios los centros educativos, puesto que cada estudiante, en soledad con su móvil, podrá alcanzar lo que se proponga.
Sin embargo, qué será de la madurez emocional y moral, una de las claves del aprendizaje. ¿Seguirá teniendo sentido el papel de inserción social de la escuela, aunque no tenga continuidad en un mundo individualista? ¿Seremos capaces de evitar que el triunfo sustituya al éxito? ¿Podremos seguir alimentando la cooperación, en contra de la competitividad?
Grandes retos para huir de la distopía. Sólo me queda animar a quienes están a pie de pupitre y doy las gracias a mi alumnado, que me sigue dando mucho más de lo que yo le di.
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