
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De lección
DA igual cuánto resista esta legislatura inviable. Es indiferente porque la postergación de la alternancia y la retención del poder es lo primigenio: aferrarse al Gobierno de las instituciones como método de control y defensa de las consecuencias de un ejercicio del poder que está bajo sospecha.
Los estertores del sanchismo que vivimos –por más que la letanía gubernamental insista en que el Ejecutivo agotará el mandato hasta 2027 pese a no tener la mayoría que legitima su origen, ni una sola ley de presupuestos aprobada en esta XV Legislatura y un rosario de casos de corrupción en el mismo corazón del Gobierno– recuerdan cada vez más a la agonía del felipismo, de 1993 a 1996, plagada de escándalos.
No es que sean épocas idénticas, pero tienen sus concomitancias. Las andanzas de José Luis Ábalos, hombre para todo de Pedro Sánchez, tienen ecos de las aventuras de Luis Roldán: con sus camarillas y sus orgías. Quizás las de este siglo con más descaro que las de la última década del anterior. Hasta el punto de sufragar con dinero público vía contrataciones, que la Justicia investiga como fraudulentas, de mujeres a las que se denomina eufemísticamente ex pareja pese a que se escogían de un catálogo de servicios sexuales y se les pagaba por acompañar nada menos que a un ministro.
Y no es el único caso abierto por supuestos delitos relacionados con la corrupción, que, además, afecta no sólo al principal peón de confianza que tenía Pedro Sánchez al llegar al poder, sino a su propio hermano y a su esposa o al fiscal general del Estado. Nada que extrañar porque si hoy gobierna es por un acto de pura corrupción política: comprar siete votos a cambio de impunidad penal para un prófugo de la justicia y quienes le siguieron en un acto de sedición contra el orden Constitucional.
En el paroxismo de este fétido dèjá vu, José Luis Ábalos fue el diputado socialista al que se le encomendó defender la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa sin ganar unas elecciones y sin ser entonces ni integrante de las Cortes Generales. Releer el diario de sesiones de aquellos días de mayo y junio de 2018 expresa el cinismo de estos falsos regeneradores: “Los españoles no podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal, no podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones”.
Si con las letras de Roldán se dijo hace tres decenios que se podía formar la palabra ladrón, con las de Ábalos es posible escribir sóbala: la decencia y la democracia misma, sin entrar en si hubo o no manoseo a las contratadas con el dinero de todos.
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