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Recientemente se ha estrenado Testament, una película de Denys Arcand. Se trata de una agraz sátira de la sociedad quebequense actual aplicable a muchos otros meridianos. La inutilidad interesada de los representantes públicos, las obsesiones alimenticias, el culto al deporte, la indefinición sexual, la dependencia a las redes sociales, el indigenismo impostado y una profunda intolerancia de clanes son transmitidas al espectador desde el primer minuto de metraje. La acción se sitúa en una acomodada residencia de ancianos canadiense. En una de sus salas un fresco representa el primer encuentro del explorador francés Jacques Cartier con indios autóctonos. Aquí comienza la trama: un grupo de manifestantes que defienden los valores indigenistas de las primeras naciones obligan a la directora de la institución a cubrir con pintura blanca unos trazos considerados ofensivos. Esta medida calma a los vociferantes jóvenes, pero despierta los recelos del Ministerio de Cultura, cuyos representantes se escandalizan ante el despropósito y la directora del centro es destituida. La obra concluye con una prolepsis temporal: en una escena que tiene lugar en un futuro cercano, restauradores chinos se dedican con esmero oriental a sacar de nuevo a la luz el perfil del explorador Cartier y del anónimo indio con quien conversa.
En Algeciras también tuvimos un mural que acabó siendo censurado. Aún recuerdo la primera vez que entré en el entonces único instituto de la ciudad, ubicado en los altos del Calvario. Tras cruzar su dintel de arenisca amarillenta y alcanzar la penumbra entonces silenciosa de un recibidor que se antojaba inmenso se vislumbraba una solería de mármol blanco y un zócalo de piedra de color terracota. En la totalidad de las paredes lucían motivos y escalas del viaje a través de medio mundo de Fernando de Magallanes. Con azules, verdes, ocres, rojos, sienas, se cubrían estrechos y cantiles, valles, cordilleras, costas y volcanes. Naos de infladas velas surcaban mares poblados de olas y onduladas bandas servían para titular accidentes de una geografía con tintes de universal. Desde la ventanilla de secretaría a las espaciosas escaleras se extendían atlánticos y pacíficos, pasos y rosas de los vientos entre figuras de indios, metálicos morriones e idealizadas ballenas. La pintura había sido realizada diez años antes por don Arturo Company, pintor y catedrático de Dibujo que se incorporó al centro un 17 de noviembre de 1950 y que algunos aún recuerdan manco del brazo izquierdo y con un enorme compás con el que se ayudaba. En los años de la Transición, la dirección del centro debió considerar que el fresco atentaba contra la integridad de los pueblos indígenas y exaltaba épocas de oprobio. Con sigilo, se cubrió el fresco con pintura blanca y tras varias capas debe de permanecer, aunque es poco probable que restauradores chinos vuelvan a sacar a la luz estrechos, costas y volcanes, al menos en un futuro cercano.
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