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En el equipo nacional de Francia de los ochenta había un jugador magistral, el mariscal Michel Platini, con una condición física que sería hoy por completo descartable para competir en un fútbol cuya exigencia sine qua non es esa, la perfección atlética. En esencia caucasiano, aquel plantel era también un trasunto social del pasado colonial y de refugio político de la república gala. Junto a algunos jugadores con origen en otros continentes, varios nombres confirmaban el exilio de miles de españoles tras la Guerra Civil, así como la emigración, ya económica, de muchos otros tras conflicto fraterno: Manuel Amorós, Luis Fernández, Daniel Bravo o el entrenador, Michel Hidalgo. Hoy la selección francesa es en buena medida de raza negra o norteafricana, con mestizaje o sin él: lo dicho, la condición atlética impera. Prácticamente todos cantan la envidiable Marsellesa al inicio de los encuentros internacionales. No sé si tendrá algo que ver aquel incidente en Córcega en una final en 2002. Jacques Chirac, presidente de la República, airado como sólo se mosquea un franchute, saltó de su asiento en el palco como alma que lleva el diablo al escuchar los pitos y abucheos de los nacionalistas corsos. Poco después del otro pitido, el inicial del árbitro, el partido fue suspendido. Aquí, quien falta al respeto en las finales al himno nacional se va de rositas tras sus insultos de patriota de lo suyo. Spain is different, hasta la infamia.
En estas semanas de Eurocopa de Alemania, España brilla con un fútbol vibrante, valiente, juvenil y técnicamente superior. El once cuenta con dos centrales franceses, Laporte y Le Normand, y con dos alfiles lacerantes para las defensas contrarias, nacidos españoles; en el caso del vasco Nico Williams, de origen ghanés, y marroquí, en el caso del catalán Lamine Yamal. No puede uno resistirse a mencionar, como ejemplos originarios, a dos estrellas de alta carga técnica y estética, el canario Pedri y el también grandioso centrocampista de Los Palacios que es Fabián Ruiz. Nuestro himno es de campo y sinfónico: fútbol de altos quilates orquestado por la vocación desatada de jugar y ganar. Ya nuestra realidad es variopinta, como aquella escuadra de Platini: ¿quién podría afirmar que no es bastardo? ¿Quién tiene sangre azul y no roja? Otro ejemplo de esa evolución es la de Países Bajos (que es un país de altos, y no de bajos) desde aquella oranje pop y revolucionaria del divino Cruyff, hasta la actual multicolor holandesa. La vida sigue su curso: “Le monde va de lui même”, máxima liberal que viene al caso.
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