Crónica personal
Un cura en la corte de Sánchez
Nos pasamos media vida pensando en lo que hemos vivido y en lo que ha de venir. Lo vivido, como decía el sabio Castilla del Pino, lo recreamos de una y mil maneras, de tal forma que si la experiencia la compartimos con otro, escuchados los relatos de ambos serían historias distintas. Pretérito imperfecto. Nunca se termina la acción. Se fabula sobre ella.
Cuestión aún más peregrina es lo que continuamente hacemos, crear una realidad virtual, de lo que ha de ser y tomarla a pies juntillas. Todos tenemos experiencias, buenas o malas sobre esa visión de nuestro futuro. Veíamos con cristalina claridad que jamás aprobaríamos las oposiciones; que nunca tendríamos el trabajo anhelado; hacíamos chistes negros sobre el epitafio de la tumba “Murió sin trabajar”, y las cosas se van organizando de tal forma que esfuerzo, suerte y recompensa nos llevan a una realidad distinta. Pero también sabemos que el futuro tranquilo y gozoso se puede romper en un solo segundo.
Si descartamos el pasado y el futuro, uno por ya hecho y el otro por hacer, nos queda lo único que tenemos, el presente inmediato. Es cierto que hay que sembrar para recoger; que debemos enfrentarnos al ahora con el aprendizaje de lo que salió bien o mal, pero sin hipotecar lo que podría hacerse realidad.
Tras esta tremebunda introducción más de una lectora o lector, mareados, se estarán preguntando ¿dónde quiere llegar? Ahí, ahí es donde quiero llegar, ¿qué hacemos con los cientos o miles de jóvenes que no tienen ahora casa, pero ni la van a tener; que estudian o trabajan y alquilan habitaciones por 400 euros€ con derecho a cuarto de baño, cocina y salón, y que aún así no llegan a poder pagarse un mes de su vida si padres o abuelos no les ayudan? Todo ello, claro, si sus padres o posibles protectores no mal viven con la renta mínima… Esto o lo arreglamos o nos estallará a todos. Se llama justicia social, aunque para algunos, en sus delirios egoístas, piensen que hay una legión de personas que prefieren vivir en la miseria sin ni siquiera poder soñar con un futuro en el que los días no sean un agónico posponer pagos y comer bollería industrial.
Escucho de fondo las noticias; un runrún continuo de frases de descalificación, y esa erosión oral no solo taladra mis oídos sino lo que es mucho peor, un sistema que aunque imperfecto, está sujeto a hacerlo perfectible, pero que con cada palabra, cada acción escupida contra él, se orada hasta generarle fisuras que lo pueden derribar. Eso, hoy; ¿mañana…?
Si es que tengo público lector ¿Qué podemos hacer? Se admiten sugerencias. Excluidas las violentas y xenófobas.
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