La Rayuela
Lola Quero
Otra Andalucía
Elanuncio de que en esta semana un grupo de policías locales y bomberos de La Línea marchan a Valencia a colaborar en las tareas de reconstrucción de los pueblos arrasados, es una de esas noticias que hacen que se enciendan las luces que alumbran la palabra hermandad o germanor, como se dice en su lengua. Es muy difícil, por muy intensa que sea nuestra voluntad de compartir con sus vecinos y vecinas la tragedia vivida en aquellas tierras, sentir en toda su intensidad el pánico, el dolor, el espanto, la angustia y la desesperanza que desde la fatídica tarde del 29 de octubre se ha abatido sobre la población valenciana. Pero el ejemplo que están dando miles y miles de personas, sobre el terreno y desde la distancia, de que la germanor que alzó a los valencianos en el siglo XVI sigue viva 500 años después nos reconcilia con el futuro.
Quienes vivimos lejos de allí hemos estado siguiendo, día a día, con el corazón encogido, las noticias que a través de nuestro extenso sistema de medios de comunicación y redes sociales nos llegan ininterrumpidamente. No tengo ninguna duda acerca del largo recorrido que habrá de tener el análisis de cuanto ha sucedido. Tiempo habrá para llegar a conclusiones sobre las causas del desastre, tanto aquellas que tienen sus raíces en decisiones de hace años o meses, como en las más inmediatas a la catástrofe; en dilucidar responsabilidades, por acciones y omisiones de unos y otros; en valorar las respuestas y soluciones ofrecidas cuando el apocalipsis se desató. Pero hay una cosa que me ha llamado la atención en estos primeros días. Me refiero a las reacciones que los responsables públicos de los distintos niveles de la administración han venido teniendo. En líneas generales, y sálvese quien pueda, he observado a los cargos públicos de las administraciones regional y estatal profundamente preocupados por la construcción de un relato (¡otra vez los malditos relatos!) que dejara a cubierto su responsabilidad para transferirla al otro.
En cambio, he visto a los alcaldes y alcaldesas de estos municipios arrasados, de todos los colores políticos, plenos de sentido común, al pie del cañón desde la primera hora, repartiendo instrucciones útiles y razonables, y transmitiendo veracidad y honestidad en sus palabras. Plenamente conscientes, en definitiva, de que sus vecinos los han elegido para servirles y protegerles. Una vez más, la manida afirmación de la importancia que tienen los Ayuntamientos como administración más cercana a la ciudadanía, queda acreditada como un hecho cierto y no como una frase hecha. Si quienes mandan en este país escucharan más a los alcaldes y alcaldesas, estoy seguro que las cosas nos irían mucho mejor. Ànim i força, germans valencians!
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