Gibraltar, la pista del dinero

Al sur del Sur

Si las negociaciones para regular las relaciones entre vecinos se desarrollan de igual a igual, el resultado debe beneficiar también por igual a ambas partes

La Bahía de Algeciras, con La Línea y Gibraltar a la derecha.
La Bahía de Algeciras, con La Línea y Gibraltar a la derecha. / A. C. G.

21 de julio 2024 - 02:00

Algeciras/Un par de semanas antes de que España ganase la Eurocopa 2024, Fabián Picardo fue entrevistado en Las Mañanas de Canal Sur Radio para hablar del posible acuerdo sobre Gibraltar entre la Unión Europea y Reino Unido, en proceso de negociación desde octubre de 2021. En el tramo final de la interviú, se le preguntó si deseaba que España ganase su siguiente partido y verla junto a Inglaterra en la final del campeonato. Todo lo más que consiguió el periodista fue que el ministro principal deseara públicamente la victoria de los suyos... de la selección de Inglaterra.

Por mucha buena voluntad que proclame y por mucho que disfrute a menudo de los placeres que le brinda España -particularmente, Sotogrande- Picardo evidencia un sentido muy particular de las relaciones vecinales y adolece de cintura a la hora de afrontar determinadas situaciones. De esto segundo ha dado muestras esta semana, convirtiendo en una levantisca el episodio protagonizado por un par de jugadores de la selección española que entonaron el clásico “Gibraltar, español” durante el acto de celebración de la victoria, seguramente, más alegres de la cuenta. Les siguieron en sus cánticos varios cientos de personas con ganas de guasa y de provocar al rival derrotado en la cancha, pero no había casus belli político alguno (todo lo más, una posible amonestación en el ámbito deportivo) ni razón para hacerse la víctima. Mal asesorado, lo que provocará la airada protesta del jefe de los llanitos es que, a partir de ahora, tenga que escuchar la misma balada con sorna redoblada en otros estadios, como le pasó con un grupo de aficionados irlandeses en el mismo Peñón el pasado jueves.

En cuanto a las relaciones vecinales, estas suelen ser complejas y, en razón de ello, hay normas para el manejo del día a día y para resolver los litigios. El Brexit alteró esas normas en contra de los deseos del pueblo llanito y de ahí que sus autoridades traten desde entonces de fijar un nuevo escenario, sin Verja, mejor para sus intereses, incluso, que el existente antes del referéndum de salida de junio de 2016.

A vuelta de verano, una vez constituida la nueva Comisión Europea y con el estrenado Ejecutivo británico, las conversaciones sobre el tratado tomarán de nuevo velocidad de crucero. Ahora bien, si esas negociaciones para regular las relaciones entre vecinos se desarrollan de igual a igual, el resultado debe beneficiar también por igual a ambas partes.

Desde esta perspectiva y en líneas generales, cualquier acuerdo que levante la Verja y que no conlleve una auténtica nivelación impositiva global, una transposición completa de las directivas europeas a la legislación gibraltareña en todos los ámbitos -marítimo, medioambiental, laboral, financiero...- y la igualación de las pensiones que el Peñón paga a sus trabajadores locales y a los españoles tan solo servirá para consolidar el dumping fiscal, el lavado de dinero negro, la contaminación del aire y de las aguas por emisiones y vertidos sin depurar y la competencia desleal a las empresas españolas, obligadas a operar bajo parámetros más exigentes.

Desde la perspectiva española, el acuerdo para la “prosperidad compartida” debe servir para reducir las desigualdades existentes entre la colonia británica, con un PIB per cápita 101.000 euros -el segundo más alto a nivel mundial- y La Línea de la Concepción, una de las poblaciones más depauperadas de España.

El vecino Gibraltar siempre querrá sorber y soplar al mismo tiempo, tener el ancho del embudo cara a la Roca y el estrecho hacia La Línea y abrirse a “un mercado de 520 millones de personas” en Europa, según la confesión de Fabián Picardo, con unas reglas de vecindad mucho más favorables. Aun siendo cuestiones importantes y aunque el foco se ponga sobre ello, ni el uso conjunto del aeropuerto ni la presencia policial española en este último y en el puerto son la madre del cordero. Hagamos caso al consejo de la garganta profunda de Woodward y Bernstein en el Watergate: “Sigan la pista del dinero”.

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