Crónica personal
Un cura en la corte de Sánchez
Gafas de cerca
En pleno trajín de décimos de la lotería de Navidad entre particulares, en centros de trabajo y peñas y timbas varias, le dejo uno de esos billetes a un amigo en un bar amigo. Como si se tratara del Diablo que se transmite de una persona a otra por el más leve contacto en la película Fallen –“Caído”, como el ángel vuelto Maligno–, el tabernero me dice que, si él ya ha tocado un rectangulito confeccionado por la Real Fábrica de Moneda y Timbre, él tiene que “llevar” ese mismo número.
Lotería Nacional es una de las pocas perlas públicas supervivientes, junto con la gestora aeroportuaria AENA. No le han faltado novios a AENA, y aunque usted no lo recuerde o no lo crea, hubo un tiempo de dudosa economía rutilante en la que los gurús ortodoxos insinuaban la privatización de la Justicia y el Ejército, allá por el XX finisecular, tras la suelta de joyas empresariales estratégicas cual fardos de globo aerostático. No hubo colores en aquel proceso: González, pero después y sobre todo Aznar y Zapatero, fueron tanto monta y monta tanto a la hora de hacer superavitarios los Presupuestos a base de vender energéticas de gas, luz o gasolina; Telefónica, tiendas de aeropuertos, tabacos o bancos públicos al mejor o más afecto postor; incluido el inversor del “capitalismo popular”, el pequeño comprador de acciones de nuevo cuño.
La superstición de mi amigo hostelero me movió a buscarle otro décimo del mismo número. Pero hay otro tipo de superstición, de corte negacionista, y permitan que use el abusado adjetivo que connota a quienes gustan ver de manos negras en las epidemias e insaciables exacciones perpetradas por la Hacienda Pública. Es verdad que Lotería Nacional aporta mucho al Estado (sólo por comparar magnitudes, alrededor de un 20% del Presupuesto de una enorme región como Andalucía). Me da que son, chispa más o menos, los mismos que abogan por extirpar lo público y liquidarlo quienes se enrabietan con que Lotería Nacional gane un pastizal... para mantener los hospitales, las infraestructuras o la educación de tropa.
Lo que no acabo de entender es que estas propuestas antiestatales consideren al ingreso por décimos un timo en el que los memos somos los jugadores, que encima deberemos, ojalá, pagar impuestos por esa renta azarosa, si es que es apreciable. Un pensamiento tan mágico como la superstición de David, el tabernero, quien, si roza papel de décimo, compra décimo, no vaya a ser qué. ¿A usted le obliga alguien a comprar lotería? ¿Le gustaría más que fuera un negocio privado? Porque negocio, lo es, y del fetén. Pena que sea público, se dirán.
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