
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De lección
Envío
El cristianismo es la única religión que, desde sus orígenes, ha entablado un diálogo con el pensamiento filosófico sin refugiarse en la pura irracionalidad o en el confortable mito. Esta disposición para el contacto con el mundo de las ideas y sus plasmaciones culturales se ha manifestado, a lo largo de los tiempos, de dos maneras muy diferentes: primero, desde el siglo IV, pero especialmente desde el IX con la restauración imperial carolingia como una construcción cristiana desde su fundamento, de forma triunfante. Así, la Iglesia pudo ser la inspiradora y verdadera alma de una civilización que se reveló como la más dinámica y creativa de la historia; la segunda posibilidad, la vigente desde hace tres siglos, se ha caracterizado por una agotadora tarea de resistencia frente a los crecientes desvaríos de su pupila y creación, cada vez más alejada de su verdadera alma mater.
Alabada o cuestionada, triunfante o resistente, la Iglesia nunca ha vendido su ser, su entraña al mundo. Esta no es solo la fe que atesora, también la doctrina que esa fe ha ido instituyendo con los siglos. Y esa asombrosa fidelidad a sí misma es la razón final de su no menos asombrosa perduración, de su perenne lozanía a pesar de tantos fracasos, de tan poderosos enemigos, aunque el precio que ha debido pagar, sobre todo en los últimos doscientos años, ha sido casi insoportable y, sin duda, hubiera arruinado a cualquier otra institución humana. No es de extrañar, por tanto, que en el momento que hoy vivimos, cuando se agolpan tantas señales anunciadoras de un giro histórico presidido por el paradigma de la globalización, sean muchos los eclesiásticos que contemplen la oportunidad de inaugurar un nuevo ciclo en la relación con el mundo, con la cultura dominante, con el poder. Una relación que no revista necesariamente el continuado dramatismo de los últimos siglos. ¿Quién podría oponerse a tan razonable propósito?
La gran cuestión es si ese nuevo mundo necesita una religión tal como se ha entendido hasta ahora –una fe generadora de una doctrina que implica una moral–, o un mero complemento espiritual de un propósito humanista alejado del mensaje de Cristo. Intentar la aproximación sin perder el alma, perder el alma para conseguir la aprobación de un mundo definitivamente postcristiano, esa es la dialéctica de los últimos años. Dos modelos de Iglesia se perfilan en estos momentos de necesaria recapitulación.
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