El mundo de ayer
Rafael Castaño
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Siempre que salta el recuerdo de Agustín de Foxá me viene a la memoria aquella concejala de IU que prohibió su homenaje en una biblioteca pública de Sevilla. Le pudo más el sectarismo que la vergüenza de aparecer ante el mundo como una analfabeta. Las heroínas del pueblo son así. La edil era mujer de grandes e infladas palabras, de florida retórica antifascista, probablemente de esas que gritan el “¡no pasarán!” en mítines de barrios donde no se escucha un tiro desde el 36. Y de eso, con la venia, querría hablarles hoy, de las grandes palabras. Con los años, cuando ya se atesoran varias cornadas físicas y espirituales, se comprende bien la famosa cita del conde de Foxá –mira por donde–: “Todas las revoluciones han tenido por lema una trilogía. En mi juventud creí en la francesa, libertad, igualdad, fraternidad. Después asumí la falangista, patria, pan y justicia. Ahora, instalado en la madurez, proclamo otra: café, copa y puro”. La frase, que pide mármol de barra de café antiguo, la interpretarán algunos como una prueba más del legendario cinismo del autor de Baile en Capitanía, hombre al que se le derrumbaron todos los ideales y amores. Sin embargo, encierra una verdad que va más allá de las jocosas invitaciones goliardescas al “comamos y bebamos” antes de tomar la barca de Caronte. Esta verdad dice algo así como que detrás de las grandes palabras no pocas veces se esconden intereses inconfesables. De una manera burda lo vemos en la retórica gorila de Nicolás Maduro o en el buenismo de pellizco de monja de Yolanda Díaz, pero también, aunque amortiguada por una mayor inteligencia política, en los discursos de Pedro Sánchez. Estos últimos días ha sido evidente con el presunto Plan de acción por la democracia. La inflación de grandes palabras –empezando por su nombre– es tal que huele desde lejos a lo que es: un popurrí que si alguna vez sirve para algo –lo que está por ver– es precisamente para lo contario que promete, para la degradación de nuestro sistema de libertades.
Los años, como a Foxá, nos han enseñado a enfrentarnos con gran cautela a palabras como “patria”, “democracia”, “justicia”, “libertad”... No porque no merezcan la pena, sino porque suelen usarlas como máscaras léxicas los que solo pretenden conservar y aumentar su poder.
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