Hablar con los muertos

En tránsito

26 de junio 2024 - 03:06

El otro día leí que la inteligencia artificial –la aplicación ChatGPT, creo que era– había inventado un método de tratamiento de voz que nos permitía conversar con personas fallecidas. En un vídeo, se veía a un padre que hablaba muy ufano con su hijo muerto. El chico parecía muy joven –un adolescente nada más– y le preguntaba al padre qué tal estaba. El padre le contestaba que muy bien, y los dos iniciaban una agradable conversación sobre el tiempo que hacía y sobre otras vagas trivialidades (en especial fútbol). El padre parecía muy alegre de oír de nuevo a su hijo. El hijo, en cambio, a pesar del tono vivaz de la voz –algo forzado, diría yo–, no lo parecía tanto. Hablaba y hablaba, sí, pero no parecía muy entusiasmado. ¿Había vuelto de entre los muertos sólo para hablar de fútbol? ¿Eso era todo? Quién sabe.

Como la vida se complace en sorprendernos, justo después cayó en mis manos una información sobre una mujer brasileña –Meirivione Rocha, se llama– que se ha casado con un muñeco de trapo. El muñeco –de nombre Marcelo– no sólo es el marido oficial de Meirivione, sino también el padre de sus tres hijos, todos ellos de trapo, igual que el padre (lo que confirma, me temo, la temible sociedad heteropatriarcal en la que vivimos). Conviene añadir que Marcelo no es un marido ejemplar. Meirivione lo acusó de haberla engañado con varias mujeres. Por lo visto, una amiga llamó a Meirivione y le anunció que había visto a Marcelo entrando en un motel con una desconocida (quizá habría que explicar aquí que Marcelo es discapacitado, ya que no tiene pies, cosa que no impidió que Meirivione se enamorara de él nada más verlo: fue, como suele decirse, amor a primera vista). Tras la infidelidad de Marcelo, la pareja vivió una crisis muy seria, que se solventó felizmente después de unos tensos meses de convivencia. Y ahora Meirivione tiene una cuenta en Instagram –con 153.000 seguidores– en la que nos cuenta las rutinas de su vida doméstica (eso que Nabokov denominaba “el tranquilo fluir de la vida familiar”). Ella se considera muy feliz. Y yo me lo creo.

Esta es la sociedad en la que vivimos, amigos. Cuando hablamos de política, cuando intentamos analizar las cosas que ocurren, deberíamos ser conscientes de que estos dos casos –por llamarlos de alguna manera– también forman parte de eso que conocemos como realidad.

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