Brindis al sol
Alberto González Troyano
Razones de las lenguas
Esta fórmula retórica con la que Cicerón iniciaba su discurso contra Catilina podría ser, sin duda, la que nos merecemos el pueblo de La Línea. En el último siglo y medio he perdido la cuenta de cuántas veces deberíamos haber sido interpelados como consecuencias de los desmanes, propios y ajenos, con la que nuestra ciudad resulta agredida. La última la acabamos de sufrir ahora mismo, y de nuevo ha sido a cuenta de la Verja. Los altos intereses del Estado, una vez, se materializan sobre las sufridas espaldas de los vecinos del extremo meridional de esta Península Ibérica de nuestras culpas.
Seguramente, los expertos en Derecho Internacional podrían explicarnos, con toda brillantez y sólidos argumentos, las notables diferencias que existen entre las fronteras de Irún y La Junquera con la vecina Francia y la de La Línea con Gibraltar. Pero, pidiendo perdón de antemano a los internacionalistas, creo que la principal diferencia es de ubicación. Me explico: Irún está en el País Vasco y La Junquera en Cataluña. Nuestro problema no es que al alcalde de La Línea le echen poca cuenta en el Ministerio de Asuntos Exteriores porque no es del PSOE. Ni que el alcalde de Algeciras, por muy presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado que sea, tenga en esta cuestión una influencia similar a la del conjunto de los abonados de la Real Balompédica Linense reunidos en asamblea. O sea, ninguna.
El problema de los alcaldes campogibraltareños es que ni son vascos, ni son de Bildu. O catalanes y de JuntsXCat, que también valdría. Tengamos la seguridad que si lo que venimos soportando la ciudadanía linense durante tantos años lo estuvieran sufriendo guipuzcoanos y gerundenses, el Congreso de los Diputados se estaría viniendo abajo con las peticiones de comparecencia urgente del ministro del ramo y del propio Pedro Sánchez. Y los veríamos plegarse, dócilmente, a las exigencias del Rufián de turno o del tractor de Aitor. El Foreign Office estaría inundado de notas de protesta y el embajador llamado a consultas. Y, por supuesto, haría décadas en que los planes de inversión de los distintos ministerios habrían inundado de inversiones las tierras de la comarca. Y los llanitos no estarían comprando casas porque en su pueblo no las hubiera, sino porque estarían trabajando a este lado de la Verja.
En definitiva, el problema de La Línea va a ser, al final, el que compartimos con otros ochos millones de habitantes de España: que somos andaluces. Como proclamó un día un Manu Sánchez pleno de ironía: “Mamá, yo de mayor quiero ser vasco”.
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