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En la Italia de entreguerras, el rey Víctor Manuel II entregó el poder a Benito Mussolini. Esto acabó con la monarquía y con el país arruinado tras la Segunda Guerra Mundial. Don Benito era la musa inspiradora de Giorgia Meloni, aquella chica que, militante del partido posfascista Movimiento Social Italiano (MSI), citaba su “relación serena con el fascismo”.
El fascismo italiano se convirtió en moda europea, con imitaciones en otros países, incluido el Reino Unido. Su versión fue la Unión Británica de Fascistas (British Union of Fascists, BUF) de Oswald Mosley. No duró ni una década, siendo declarada enemiga del Estado y prohibida. Sí, en la veterana democracia inglesa, que hizo algo tan saludable como eliminar al principal enemigo de su sistema de libertades. Mr Churchill lo tuvo claro.
El movimiento político de Mussolini, como todo ultranacionalista que se precie, buscó en las raíces culturales de la nación los elementos simbólicos que sirvieran de ligazón para su doctrina. Y, claro, ahí estaba la Roma clásica. Así que a apropiarse de los emblemas comunes para la causa propia: que si el fasces de los lictores que acompañaban a los ediles curules en la Roma clásica; que si el aquila, la loba capitolina y el acrónimo SPQR para asimilar su régimen al del imperio de la Antigüedad; que si el saludo brazo en alto, que no parece que fuera empleado de manera extendida en el tiempo de los césares.
Pero se lanzó el bulo, se difundió y a ver quién lo desaloja. De modo que el mal llamado “saludo romano” se convirtió en exitosa imagen del régimen italiano, que llegó a dar nombre al período: la era de los fascismos.
El dichoso saludo fue adoptado por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y la Alemania nazi de Adolf Hitler. Aquel régimen asesino ahora ensalzado por el riquísimo Elon Musk, para quien “Alemania se enfoca mucho en la culpa del pasado”. Que seguramente no fuera para tanto. Total, ¿qué fueron 7 millones de judíos, gitanos y homosexuales eliminados? ¿Y una guerra de 50 o 60 millones de muertos?
Tras estos amables germanos, de taconazo y gas Zyklon B, amaneció, al fin, la Nueva España. Tras los años de inquina roja y republicana, a decir de los nostálgicos de cualquier tiempo pasado y dictatorial, el brazo en alto fue asumido con naturalidad por el régimen de Franco, cosas de la Falange. Era el “saludo íbero”, obligatorio en todo el territorio nacional entre 1936 y 1945. Hasta la derrota del Eje, cuando ya no quedaba bonito.
Hoy lo lucen, desinhibidos y provocadores, impresentables de todo pelaje. Los Musk, Bannon y quienes los jalean, entusiastas. Entre ellos, nuestros ultras patrios, la principal amenaza para el sistema de valores y libertades de Europa.
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