Hijo de La Línea

La Focona

27 de junio 2024 - 03:07

El próximo 6 de julio se cumplirán 10 años del fallecimiento de uno de los más destacados políticos linenses, y discúlpenme que sea yo el que lo tenga que decir, que soy su hijo. Entenderán, por tanto, que cierto sentido del pudor me impida hacer el panegírico que quizás se merezca el que fuera senador constituyente José Luis de Villar Cerón.

Si hago público en esta columna su recuerdo es porque, en estos tiempos tumultuosos, se echan en falta personas dedicadas a la política que hagan del diálogo, el acuerdo y el consenso, la brújula de su actividad. Tuvo, como cualquier otra persona dedicada a la res publica, sus partidarios y sus detractores, sus aciertos y sus errores. Pero creo que si preguntáramos por él entre quienes le conocieron seguramente habría una general coincidencia en su talante conciliador, en sus impecables formas en el trato personal y en que nunca salieron de sus labios la más mínima descalificación o insulto hacia un oponente político. El que elevemos a categoría de auténticas virtudes cívicas algo que debería ser el mínimo común denominador no sólo de nuestros representantes políticos, sino de cualquier ciudadano, no deja de ser un signo de hasta qué punto se ha envilecido la vida pública. Pero lo que hoy quiero traer a colación, en unos tiempos en que tantos indocumentados maltratan de palabra y de obra al pueblo de La Línea es el que quizás sea para mí el rasgo más noble de su personalidad: el infinito amor hacia su «patria chica» y su indesmayable confianza en que nuestra ciudad alcanzaría, algún día, las cotas de bienestar a las que tenía derecho y que históricamente se le regateaban. En la demostración de esos principios se empleó durante las tres corporaciones locales de las que fue concejal (1979-1983, 1991-1995 y 1995-1999). En todas ellas, su principal empeño fue siempre que todos los grupos políticos que la conformaban, que los 25 capitulares que la integraban dejasen a un lado sus diferencias e hicieran una piña común para reclamar a la Diputación, el Gobierno Andaluz o el Gobierno de España todo lo que se le debía al pueblo de La Línea, con independencia de si quienes estaban al frente de esos gobiernos eran o no de la misma «cuerda» de los que formaban el Consistorio linense.

De ahí que no haya necesitado inscripciones en mármol, rótulos en el callejero ni predilección alguna. Porque su mayor título fue, es y será el más noble de todos: Hijo de La Línea.

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