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V IAJO desde hace días por el mundo clásico de la mano de la filóloga y escritora Irene Vallejo; transitando la historia de los libros a través de las páginas del suyo: El infinito en un junco. Y aunque estoy en mitad de la travesía, porque quiero que el trayecto sea largo para así poder recrearme en los recodos que su escritura deja, quiero hacerte partícipe de la repercusión que, como en multitud de personas, en mí está teniendo.
Su obra viene apadrinada por los premios que atesora: el Nacional de Ensayo, cuyo jurado lo eligió "por ofrecer un viaje personal, erudito e instructivo por la historia del libro y de la cultura en el mundo antiguo, que transmite un sentimiento de colectividad en el que tanto la propia autora como quien la lee se reconoce"; por otro lado, el reconocimiento de El ojo crítico en la categoría de narrativa.
Siendo un ensayo se lee como una novela de aventuras. Los lectores, y me incluyo en ellos, pensamos que hay un sentimiento de pertenencia; cuando se lee parece que formas parte de esa aventura épica, del esfuerzo para que todo ese bagaje de libros, poemas, siga avanzando hacia el futuro.
Es un libro que se percibe muy bien documentado y se siente profundo por lo bien escrito que está. Pincelado con reflexiones filosóficas y recuerdos de la autora, va y viene del pasado al presente con una fluidez asombrosa. Su sueño era que "el libro susurre su historia al oído de los lectores" y eso es justo lo que consigue hacer cuando lo tengo entre mis manos. Es un libro de viajes, "una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradores orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras…"
Anoche, con una gota de aceite esencial de lavanda en mi almohada, ritual de cada noche, al abrir sus páginas, leí el capítulo: Tejedoras de historias, que comienza diciendo: "Solo hay una presencia femenina en el canon literario griego: Safo. Es tentador atribuir ese clamoroso desequilibrio a que las mujeres no escribían en la antigua Grecia". Y es a partir de ahí donde comienza a enumerar nombres que dejaron su huella, aunque nunca leeremos sus versos. Vallejo reconoce que hay mujeres que lanzan desde su rincón una mirada original y fulminan los muros que las aprisionan. Ella, sin duda, es una de esas mujeres.
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