
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De veranos
Si no fuera porque tenía 88 años, hace dos meses ya estuvo al borde de la muerte y en sus últimas apariciones lucía un aspecto cadavérico, cabría preguntarse si Javier Cercas no debería ser juzgado como sospechoso de asesinato. El loco de Dios en el fin del mundo llegó a las librerías apenas dos semanas antes de la muerte de Francisco. La situación me lleva a citarlo de nuevo, puesto que por mí mismo tan solo podría ofrecer un análisis superficial y bastante deficiente del papado de Bergoglio. El periodista tiende a diletantismo: ayer fue el máster en aranceles, pero hoy toca ver Cónclave y ponerse a hacer quinielas de papables en los platós.
El motivo por el que recurro ahora al libro es bien distinto. Cuenta Cercas que, cuando Francisco fulminó al reaccionario prior de la Orden de Malta Matthew Festing, aparecieron en las paredes del Vaticano unos pasquines escritos en romanesco en los que se le acusaba de decapitar a la comunidad militar. Un periodista le preguntó al pontífice sobre el asunto y este, tras elogiar los libelos, dijo que eran claramente “obra de una persona muy cultivada”. Refiriéndose al Vaticano, el periodista le preguntó: “¿Alguien de por aquí?”. “No”, respondió Francisco. “He dicho una persona cultivada”.
Hay un legado perceptible del papado de Bergoglio: la colocación del pobre en el centro de la Iglesia, la desitalianización de la Curia o la sinodalidad en un Estado autocrático, valga la contradicción. Hay otro espiritual del que no podría hablar porque no lo comprendo, como la vuelta al cristianismo primitivo. De todo, sin embargo, uno habría de quedarse con el humor del pontífice en un mundo en el que la percepción social es que la religión inició hace siglos una cruzada contra la risa. Al clero lo instó a “oler a oveja” y a no dar homilías de más de ocho minutos “porque la gente se duerme”, bendijo un monoplaza de Fórmula E y justificó que un niño jugase en el escenario durante una audiencia papal diciendo que, como argentino, era “indisciplinado”.
Algunos dirán que este Papa tan popular ha sido un gran populista, y puede que no les falte razón. Yo digo que Francisco no solo ha salvado almas, sino a miles de curas sobre los que recae el tópico de ser unos pelmazos y a millones de católicos practicantes a los que en muchas ocasiones se les mira como extraterrestres castos. Cercas recuerda que Nietzsche dijo que la gran revolución del cristianismo se daría cuando volviese al ejemplo de Jesús y Francisco parece haberlo conseguido en cierto modo. Lo más revolucionario y contracultural hoy es ser católico, y Bergoglio nos ha demostrado que un sacerdote no es Ricky Gervais pero tampoco Andrés Iniesta y que el vicario de Cristo puede decirle a un nervioso joven que se presenta ante él como seminarista de Valladolid: “¿Y qué culpa tengo yo?”.
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