Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Una celebración sospechosa
Yo te digo mi verdad
Ahora que muchos andan en los reproches cruzados por la actuación oficial ante la terrible DANA en Valencia, fijémonos en algo en lo que todos hemos demostrado estar de acuerdo: la importancia del Estado, entendiendo esto como el conjunto de administraciones responsables, para la resolución del problema o al menos auxilio a los afectados en catástrofes de estas magnitudes. No sería posible sin esos recursos, no sería posible sin lo público.
Sirve esto de demostración de al menos dos cosas que, aparentemente, van en contra de pensamientos extendidos. Primero: es mentira que el temporal nos haya colocado ante la terrible realidad de un “Estado fallido”. Es precisamente, además de la encomiable labor de voluntarios y organizaciones privadas, la fortaleza del Estado y la participación de funcionarios de todo tipo (policías, guardias civiles, militares, bomberos, sanitarios, técnicos…) lo que está permitiendo la limpieza y reconstrucción tras una catástrofe sin precedentes recientes.
Segundo: la evidencia no proclamada de que esta fortaleza que viene en nuestra ayuda en los momentos difíciles sólo se sostiene con los impuestos de todos en manera proporcional a los ingresos. Solo con lo que estamos viendo deberían caer derrumbadas las proclamas apasionadas de los partidarios, públicos o privados, de bajar o directamente suprimir los tributos. ¿Quién vendría en auxilio de los que se han quedado sin nada si el Estado desapareciera, que es lo que sucedería si no estuviera sostenido con la aportación de cada ciudadano?
No se puede defender con alegría la desaparición de la fiscalidad pública y luego, cuando una desgracia nos afecta, exigir que lo público venga en nuestra ayuda. Como si fuera algo caído del cielo, como si la UME nos la regalaran. La realidad es que sin Estado, es decir sin impuestos, cada uno se tendría que apañar como buenamente pudiera, si es que puede. Sólo se salvarían los pudientes o más bien, usando otra palabra más desacreditada, los poderosos.
Lo mismo pasa en el día a día con la sanidad, la educación, las carreteras, que sólo estarían al alcance de algunos. La verdadera labor del ciudadano no es exigir la desaparición de los impuestos sino vigilar su uso correcto y, como consecuencia, votar al que pensemos que lo va a hacer de manera más justa. La superación de esta catástrofe nos va a costar mucho dinero a todos pero, creo, estaremos dispuestos a pagarlo. ¿No?
También te puede interesar
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Una celebración sospechosa
Crónica personal
Pilar Cernuda
No nos merecemos esto
Confabulario
Manuel Gregorio González
Koons en la alhambra
En tránsito
Eduardo Jordá
Duendes traviesos
Lo último