Inmigración, ¿toda la que venga?

Gafas de cerca

03 de septiembre 2024 - 03:05

Nadie puede negar a otra persona que luche por salir de la miseria y de la desesperanza absoluta. Con esos motores se han construido regiones y países que con el tiempo fueron los más prósperos, con niveles de oportunidades y bienestar que hubieran sido imposibles de alcanzar sólo de la mano de los originarios de esos territorios. Con todo, hoy suele afirmarse que las migraciones son el principal problema del mundo, junto con el clima, y que esos dos son los asuntos que más comprometen el futuro de la humanidad. Porque si es justo reconocer el derecho a emanciparse de la fatalidad, también lo es que los sistemas sociales y económicos no pueden absorber una cantidad ilimitada de inmigrantes. Que lleguen en convoyes miles de personas a nuestro país no sólo es un problema económico y social para los países de destino, y ni siquiera sólo una carga que puede ser inasumible para sus arcas públicas, sino una promesa cierta de tensiones para la convivencia. Hablamos del exceso.

Esto sólo lo puede negar quien vive en una bonita burbuja de autocomplacencia ideológica. Que esos inmigrantes, ya con un buen trabajo y cumplidas cotizaciones y tributos, vayan a redimir de la inviabilidad a nuestra pirámide de población y a nuestro sistema de pensiones es, de momento, un desideratum, sino una ilusión de lo más ilusoria: miren nuestros niveles de desempleo, sobre todo juvenil, y con ello sobra enredarse en disquisiciones sobre estas cuentas. Tradicionalmente, el discurso de la izquierda ha antepuesto los derechos humanos –cabe decirlo así– a las cábalas técnicas, incluida entre estas la dificultad de integrar culturas muy distantes, por diferentes: no hace falta ir a Bruselas o a Colonia para constatar que el fracaso de dicha integración es considerable y preocupante, y hasta produce monstruos (también los mejores deportistas). El temor a ese futuro desagradable y peligroso es crecientemente recogido en los programas de los partidos socialistas europeos (esos que, en esto, marcan la pauta que tarde o temprano imperará aquí). Controlar la inmigración hasta el límite de deportar o devolver a sus países de origen a los ilegales es ya tanto de izquierdas como de derechas. Nuestro presidente ha mutado su discurso en estos días. Si las prebendas fiscales a territorios más ricos no son socialistas –lo cuente Agamenón o su porquero–, el control de la inmigración desatada sí lo es. Negar estas urgencias es irresponsable. E hipócrita.

stats