La intrahistoria de La Bajadilla

Recuerdo que llovía en invierno y La Cañá se convertía en un lodazal, mientras el puente a la Piñera desaparecía bajo las aguas

16 de abril 2024 - 00:00

La intrahistoria es un concepto con el que Unamuno designaba “la vida tradicional, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible”. La vida real no es una acumulación de fechas y nombres, sino el devenir diario de sus gentes, ese fondo permanente.

Y quiero hablar un pelín de la intrahistoria de La Bajadilla, el barrio que me vio nacer, y de algunas personas que han marcado una época en esa vida tradicional. Me dejo en el teclado nombres y lugares, pero el espacio es el que es.

Y quiero porque hace unos días falleció mi padre, Diego el de la Droguería, de los primeros en empezar en la Plaza España, culmen de la Avenida la Cañá, su arteria principal. Tiendas como la de mi padre eran el núcleo duro de esa arteria.

En esos últimos 50 ya se habían asentado algunos bares, y uno, emblemático, era Los Porrones, que también era tahona, sigue a día de hoy casi en el mismo lugar y con la misma familia. Allí Javi hace el que posiblemente sea el mejor café de Algeciras. Y de ahí no me bajo.

Y cómo olvidarnos de los Martínez (aún allí), la librería donde se echaban las quinielas e íbamos a ver si cogíamos algún boleto de más para aprovechar el papel de calco.

Recuerdo que llovía en invierno y La Cañá se convertía en un lodazal, mientras el puente a la Piñera desaparecía bajo las aguas. Esos días en que el Cine España era el único foco cultural (los futbolines eran algo más canalla) para quienes soportaban los mosquitos y los continuos cortes de la película de turno. ¡Hasta se hacía Velada, con elección de Reina y cucaña en mitad de la Plaza!

En antiguas fotos aéreas, se ve que lo primero edificado fue esa parte de la Plaza España, primero sucursal de Trelles y luego ya de mi padre. Allí, y en la tienda de regalos que tiempo más tarde tuvo mi madre al cruzar la calle, se surtió durante años a todas las casas de La Bajadilla de colamina y pintura, elaborada a pulso al momento; de vajillas Duralex o Arcopal; de blanco nuclear para los azulejos o del borreguito de Norit. Aunque parezca raro, de juguetes en Reyes y hasta de melones invernizos según el año. De sosa cáustica, bicarbonato y estropajo de aluminio a granel; de clavos al peso y detergentes Ariel o Ajax, el más poderoso; de cantar las cuentas en pesetas, en duros y en billetes y fiarlo casi todo. Lo digo sin nostalgia, fueron tiempos de miseria en que nadie dejaba las casas abiertas, se pasaba hambre a dos manos y te podían rajar por una perra gorda.

A mí, de todo eso, lo que más me gustaba era la noche previa a Reyes. Nos la pasábamos enterita vendiendo y envolviendo juguetes y yo veía eso de estar sin dormir como hacerle trampas a la vida. Con lo poco que entonces se ilusionaba un crío de barrio...

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