Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Cuando me hablaron de ella me dijeron que era silenciosa, sutil y muy sigilosa. Que, como te descuides, se hace invisible y aparece en el momento menos esperado. Cerca de la comida o incluso antes de irte a dormir. Es experta en darte sustos y en conseguir que el latido se acelere con solo oler su presencia.
Siempre creí que exageraban, hasta que un día, sin tiempo a reaccionar, la vi. La sentí. La padecí. Entendí que todo lo que me habían contado era verdad, y, al principio intenté rehuirla. Hacer como que no existía. Avergonzarme por haberla dejado entrar en mí. En mi espacio vital. Pero la ansiedad no avisa, ella llega, y, a veces, lo hace para quedarse por un largo tiempo.
Quizás, y, en ocasiones, te va dando pistas de que se está acercando. Lo suele hacer con la sensación de estar inquieto, de estar algo más irascible, de no coger el sueño con facilidad o de atiborrarte a comer, a toda velocidad y sin hambre. Con los niveles de cortisol por las nubes y con unas ganas locas de levantarte de cualquier reunión en la que estés. No importa si es con amigos o con un jefe. Solo quieres salir corriendo.
La sociedad y el ritmo frenético que llevamos no te permiten estar mal, y yo, por mi forma de ser y por mi carácter cachondo y optimista, tampoco me lo permití. Hasta que no tuve más remedio que escucharla/me y me atrevería a decir, con total seguridad, que fue el momento de soledad más devastador que recuerdo, porque la invisibilidad de esta patología dificulta que el otro empatice contigo. Así que entendí que era un proceso en el que solo yo y una buena terapia podrían ayudarme a salir de la oscuridad.
Hay una frase que me dijo la terapeuta, que me marcó: ¡No eres especial! Booooommm, tú que piensas que eres el único con problemas y que deberías ser el protagonista de la película, de una tacada te percatas que hay miles de personas sufriendo lo que tú... Y sí, quizás seas/soy el personaje principal de una gran producción, pero de la tuya/mía propia. Sin más. Solo nosotros podemos escribir el guion y cuanto más agradezcamos cada segundo de vida que elegimos vivir, antes conseguiremos alcanzar los objetivos deseados.
La ansiedad, tan angustiosa como, en mi caso, milagrosa… Angustiosa porque es desagradable, sobre todo, cuando se manifiesta en la noche como si fuera un fantasma. Milagrosa porque gracias a ella he vuelto a descubrir más sobre mí, sobre mis sombras, pero también acerca de mis luces, que se transforman en un sol cuando necesito de ellas, cuando son más fuertes que las tinieblas.
Al final, ellas aparecen cuando yo permito que lo hagan, y esto me recuerda a esa frase que me encanta: Solo se puede ayudar a quien quiere ser ayudado. Y, a mí, me costó pedir y aceptar la ayuda, pero cuando lo hice me cambió la vida. Para siempre.
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