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Juan M. Marqués Perales
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El camino más corto siempre es la línea recta, pero por diversas cuestiones, una y mil veces zigzagueamos de derecha a izquierda, muchas veces sin encontrar el rumbo, y otras buscando una solución para identificarnos o salir a flote. También por un ideal fijo en nuestra mente que nos produce una especie de parálisis mental si cambiamos el sentido o el rumbo de nuestra conducta. Este tipo de personas permanecen ancladas y no hay quien les haga cambiar de opinión. Me recuerdan a aquellos franquistas decimonónicos que salían a gritar a la calle, clamando el nombre del dictador como si en ello les fuera la vida, y que luego se tornaron en firmes detractores de lo que voceaban. Personas sin catalogar, por no ir más lejos. Pero créanme que las hay y que hoy están tan vigentes como entonces.
En este devenir que nos ocupa vemos como los partidos políticos que hoy constituyen el panorama nacional van girando a la derecha o a la izquierda; por no mencionar a los aprovechados, que andando siempre en el mismo sentido juegan al despiste y aceptan lo que no va en su línea con tal de sacar tajada. Estas son las cosas que pasan cuando se quiere rebañar hasta el último plato que nos brindó la Constitución de 1978 con respecto al reparto de votos en las comunidades. Pero si pensamos en frío nos daremos cuenta que son rasgos de la naturaleza humana, como por ejemplo, aceptar como bueno aquello que otros han levantado y así ahorrarnos quebraderos de cabeza y tener que abrir nuevos contactos; algo parecido a lo que se hacía en otros tiempos usando las piedras de las mezquitas para levantar iglesias, pero en este caso se trata amortizar tanto Asociaciones como ONG.
La verdad es que debemos de plantearnos nuestra itinerancia política como un continuo cambio para encontrar lo mejor para sí mismo y para la sociedad. Sociedad de la que todos formamos parte y en la que estamos insertos. Nuestra conducta nos acaba pasando factura y lo que hagamos hoy mañana puede volverse en nuestra contra o nos puede favorecer, y no sólo a nosotros sino también a nuestra descendencia. No somos una isla perdida en medio de la nada. Formarnos parte de una unidad social que nos requiere un comportamiento y un compromiso como parte integrante de esta unidad a la que pertenecemos desde el momento de nuestro nacimiento. La solidaridad es un valor que nos enriquece como hombres.
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