
Desde el exilio
Enrique Mesa
¡Que ERE broma!
Se nos recomienda la minuciosa elaboración de un kit de supervivencia por si nos llueven los proyectiles y los abuelos cebolletas no pueden ya decirle a la chavalería que la guerra es la solución a la tontería. Cosa básica de supermercado Dia, chino insomne y farmacia debajo de casa: tres litros de agua, alguna que otra lata de Litoral, Nutella para el antojo, el Alprazolam, linterna por si el bombazo le cae a Endesa y mucha pila del conejo ese correcaminos. Conviene hacer acopio, con orden y moderación, porque el español es experto en el arte de la postergación y suele ir en masa al súper cuando suenan las alarmas antiaéreas.
No es precisamente cosa revolucionaria, pero sí, hay que recordar que no está de más la adquisición de bienes o la bolsita preparada por si hay que salir pitando, como cuando empiezan las primeras contracciones. En esto Escandinavia o las repúblicas bálticas son perras viejas porque tienen a tiro de piedra a un loco con delirios imperialistas. Desde hace años, allí se reparte entre la población un manual sobre cómo actuar si llega el boom. Si se ven obligados a abandonar su hogar, le dice Suecia a los suecos, lleven ustedes comida y agua para varios días, documento de identidad, dinero en efectivo, ropa de abrigo y resistente al agua… e “información importante escrita en papel”.
Ay… Información importante “escrita en papel”, no en un móvil, ni en una tablet ni en un disco duro de cinco terabytes. Estos suecos, tan felices, tan avanzados, tan rubios y guapotes, sucumben, en caso de guerra, a la inmortalidad de la palabra escrita. Ante la posible llegada del caos, con las telecomunicaciones como infraestructuras críticas y quién sabe si con satélites espaciales como objetivos militares, he aquí la contrarrevolución, he aquí la acción reaccionaria del suspiro impreso y no en emoji.
El mayor trampantojo que la frenética digitalización ha instalado en nuestras mentes es la creencia de que todo está y siempre estará ahí, entre miles y miles de fotos agrupadas en el carrete, entre cientos de documentos que enviamos por conversaciones infinitas de WhatsApp. Pero un día rebusco entre la galería y resulta que tengo que pagar si quiero volver a ver esas imágenes nítidas, y otro acudo a los archivos y, vaya por Dios, ese PDF ya no es compatible con mi sistema. A menudo el extravío de un móvil o un borrado masivo de datos van acompañados de un “He perdido mi vida”. Uno tampoco cree necesario emular a Juan Manuel de Prada, que manuscribe sus libros, pero sí ser un poco suecos. En caso de guerra, hay que someterse al arte amanuense y preparar un kit de palabra grabada con tinta. No vaya a ser que el bombazo nos deje sin poder cargar el móvil y perdamos la vida antes de defenderla.
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