Al otro lado del cristal

01 de junio 2024 - 00:15

Existe el mundo intangible, casi onírico, de las cosas que dejamos de hacer para enfrentarnos a otras, de aquello que por siempre callamos para decir lo oportuno, tal vez lo sentido. Ese mundo de lo que jamás sucedió porque elegimos otro camino está separado del real por un techo de cristal irrompible, y uno puede tumbarse a observarlo como se observan las estrellas o se disfruta de una película. La diferencia es que ante ese mundo no somos agentes reactivos, sino que intervenimos como protagonistas absolutos de una vida paralela. Elegimos el momento del paso del cometa, la forma de la luna y la muerte de la estrella.

Hay un universo inabarcable que estos días moldeo mientras leo las libretas que mi padre manchaba con la tinta de un pulso a veces firme y otras accidentado. Paso las hojas y me asusto al comprobar lo poco que lo conocí, pero lo mucho que me parezco a él. Mi ignorancia me hace teclear en Google el peso hereditario del carácter. No es escaso, y descubro que llevo la inconstancia y la desorganización en la sangre. Su libreta, que nació como un rincón catártico, deviene al correr del papel en el primer recurso a mano ante una urgencia. Poemas propios y ajenos dan paso a un número de teléfono escrito con premura o un “Correo Nuria: nuria@...”.

Emerge en el folio en blanco el argumento de una novela que jamás escribió y la estructura de un poemario que se publicó cuando sus cenizas ya bailaban tango con el levante tarifeño. Me imagino al padre, la parca susurrando, mirando a través del techo de cristal y pensando en lo que habría pasado si hubiese sido capaz de escribir esa novela. Me lo imagino salivando mientras se piensa levantando, por qué no, un Nadal, y me lo imagino sabiéndose en esa vida paralela novelista importante, erudito nacional, columnista de ABC. Sé que el padre nunca se escondió de la realidad cuando a punto estaban de apagarse los interruptores, pero, próximo el último estertor, no tengo dudas de que se refugió en los sueños.

Hay en el cajón otro cuaderno: uno de bitácora, escrito durante sus últimos días con la misma inconstancia y poca uniformidad que el resto. Veo proyectos futuros que él sabía que nunca materializaría, la descripción de un amanecer en la bahía, un inicio de testamento… Me detengo en lo más nimio, una lista de la compra en la que faltan cosas por tachar: las pastillas de herbolario, la marihuana para mitigar el dolor del cáncer, el papel higiénico. ¿Por qué? En la respuesta hay varias vidas. Tal vez recibiese una llamada imprevista o se topase con una conversación no buscada, tal vez le asaltase el sueño o la desidia… Juego con esos escenarios mientras escribo estas líneas, que no otras. Jamás las escribiré, jamás las publicaré… Les he reservado un lugar privilegiado al otro lado del cristal.

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