Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Ahora lo entiendo todo. Ocurrió hace unos días. La sacudida fue digna de quien por fin resuelve un problema matemático con el que llevaba horas peleándose. La matriz de los precios, la derivada de la endogamia y los polinomios de la pulserita hallan su solución en lo siguiente: a Cádiz vienen de Madrid en verano a plantearnos las ecuaciones… y a ponernos las copas.
Olimpia, que no solo establece límites a los pozos sin fondo, instala colchonetas y lanza cuerdas, conecta las neuronas encargadas de llegar a las conclusiones. Me contó que un amigo suyo, zaragozano y relaciones públicas en la capital, le había escrito para decirle que este verano iba a expandir su don de gentes por los chiringuitos de Tarifa. Que si nos apetece ir a algún tardeo o si necesitamos algo que le escribamos. Gracias, primero; sospechas confirmadas, después: hemos dejado de ser dueños del ocio estival de nuestra tierra.
Si fuera un fanfarrón le contestaría que, gaditano de teta, yo no necesito que me ayuden a entrar en chiringuitos en los que de pequeño me paseaba en bolas y hoy ponen Potra Salvaje. Como intento ser realista, me he guardado su número con la humillación que comporta que un maño relaciones públicas de las grandes discotecas de Madrid sea quien ayude a los que llevamos años surfeando el levante a tomarnos dos gintonics y a pegarnos una farra tonta en nuestra casa.
Como las trasposiciones de reglamentos europeos, ocurre hoy en Tarifa que han adoptado la directiva de la fiesta madrileña. Han cogido Gabana, han cogido Barceló y han llenado los chiringos de camisas de lino de marca y tacones –¡tacones!– con suela de esparto. Solo la arena y los atardeceres infinitos le confirman a uno que ha dejado por unas semanas Madrid, porque en el datáfono aparecen dos dígitos cuando vas a pagar la copa y porque las canciones se cantan pronunciando todas las letras: no hay expiraciones ni ceceos ni economía del lenguaje, solo ese castellano maravilloso pero aburrido que en el sur se antojaba hace años exótico. “¡Esto es Cádiz y aquí hay que mamar!”, decimos. Tanto han mamado que nos han agrietado los pezones y el que reparte hoy la leche es otro.
Así que sí, me he guardado el número de teléfono del amigo de Olimpia. Lo llamaré porque ya el año pasado me dejaron en la puerta del que hoy parece el chiringuito de moda por no estar en lista. El portero se rio de mí en neutro cuando le pregunté desde cuándo hacía falta apuntarse en una libretita para entrar a un lugar que he visto crecer. Lo llamaré y dejaré que se consuma la deshonra, y le agradeceré que me invite a una copa si lo hace, esa copa que estará agria de más, que dejará en mi boca el regusto de la tierra arrebatada.
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