Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
Hace no sé ni el tiempo que una parte del viejo muro que delimita el solar de Garavilla se venció, resquebrajado, pero no llegó a caerse. En previsión de que un día no soportara sus grietas y aplastara a alguien se señalizó esa zona de la acera para que los peatones cruzaran al otro lado del paseo de Victoria Eugenia. Además, sobre el asfalto aparecieron una mañana unas líneas amarillas en curva para que los vehículos se separaran en su camino del peligro. Pasados los meses, un día, el muro roto no estaba. No tengo ni idea de si lo tiró un temporal o lo retiraron, pero el caso es que quedó abierto el espacio hacia esa antigua gran industria conservera algecireña donde desde que recuerdo cunden las serpientes, una enormes ratas hambrientas y unos conejos que parecen sacados de una novela de ciencia ficción. En esta enorme extensión de terreno frente al Puerto, a un paso del acceso sur, hace también no sé ni el tiempo que se anuncia una promoción de pisos. De momento, lo que hay es una chabola y un bosque de matojos que es una gloria verlo nada más entrar a Algeciras.
El caso es que el muro ya no está, pero las líneas amarillas siguen allí, conduciendo a los conductores lejos de un riesgo que ya no existe.
Un vecino de esa zona me dijo el otro día que, cuando va con el coche, no sabe si debe seguir el carril improvisado o el natural que forma la calle, que sigue pintado sobre el piso. Hablando con él sobre grietas (la del pabellón Juan Carlos Mateo es digna de estudio) terminamos refiriéndonos a las líneas amarillas de Garavilla que nadie ha quitado. También hablamos de la presa de Gibralmedina, esa infraestructura que hace ya casi 40 años que se considera súper necesaria y urgentísima. Al vecino, y a mí, nos encantaría verla terminada, pero no damos un duro por ello. Basta que llueva dos días para vuelva a dormir en un cajón. De lo que estamos seguros es de que, cuando se haga, se habrá quedado vieja y obsoleta, porque el Campo de Gibraltar tendrá entonces otras necesidades. Como ocurre con el Centro de Internamiento de Extranjeros de Botafuegos y como ocurrirá cuando, mis biznietos asistan a la transformación del acceso norte a la ciudad. Quizás entonces sigan junto a Garavilla las líneas amarillas, a un paso de un acceso sur que ya se habrá quedado viejo, recordándonos que nadie va a hacer nada por nosotros (ni siquiera pintar las marcas viales del pavimento, cuando menos un embalse) y que, por supuesto, tampoco vamos a levantar la voz por ello, no vaya a ser que nos llamen reaccionarios.
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