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David Fernández
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Cayo Julio Fedro fue un escritor romano equiparable al griego Esopo ya que su género preferido era la fábula. En una de ellas Fedro nos cuenta como un lobo y un cordero acuciados por la sed, llegaron al mismo riachuelo.
El lobo se detuvo más arriba y arroyo abajo se situó el cordero. Entonces el lobo empujado por su desenfrenada glotonería buscó un pretexto para pelearse. ¿Por qué –dijo– enturbias el agua que estoy bebiendo?” El cordero, atemorizado, respondió: “Perdona, ¿Cómo puedo hacer eso, si bebo el agua que pasa antes por ti?” El cordero refuta la débil argumentación del lobo expresando la idea –compartida por cualquiera con sentido común– de que el agua arrastra los residuos e impurezas corriente abajo y no en dirección contraria. A esta objeción del cordero, el lobo opone otro argumento: “Hace seis meses hablaste mal de mí”. Y el cordero, sorprendido, rebatió: “¡Pero si aún no había nacido! Otra buena réplica a la que el lobo responde con un nuevo pretexto: “¡Por Hércules! Fue tu padre quien habló mal de mí”. E inmediatamente se le echó encima y lo despedazó hasta matarlo.
Esta fabula está escrita –concluye Fedro– para aquellos hombres que engañan y oprimen a los inocentes con falsos pretextos y argumentos. Encuentro un inquietante parecido entre la actitud del lobo y el modus operandi del Gobierno de España, ya sea en la figura de su presidente, la de cualquiera de sus ministros o de los “cargos de confianza” que como malsanas excrecencias brotan del frondoso árbol del nepotismo político.
El cándido rebaño de ovejas que formamos los españoles escuchamos atónitos como el presidente proclamaba a los cuatro vientos que había ganado las últimas elecciones que… en realidad había perdido y como, para lograr la cuadratura del circulo parlamentario, se alió con partidos cuya máxima aspiración es precisamente destruir el país que cogobiernan. A tal propósito el Gobierno para montar una “mayoría progresista” no ha tenido reparo alguno en desdecirse de los honorables principios de los que alardearon en la campaña electoral: jamás pactar con los independentistas, jamás concederles la amnistía, estar siempre en el lado de las victimas y nunca del lado de los terroristas… Al ver a las “ovejas” estupefactas ante tamaña cara dura, el Gobierno recurre a resucitar, a modo de cortina de humo, al general Franco a través de su “memoria democrática”, a la vez que aplica su ley de “desmemoria y reconciliación” para con los asesinos de ETA.
Al modo de sus homónimos sudamericanos, estos “lobos hispánicos” aplican una vieja máxima leninista: “Usar la democracia para llegar al poder y desde el poder destruirla”. Nuestra esperanza son los “pastores” que cuidan el rebaño: el rey y unos cuantos jueces buenos.
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