Luces

En tránsito

04 de diciembre 2024 - 03:07

Por alguna extraña razón, el alumbrado navideño de la ciudad en la que vivo se ha adelantado este año al 30 de noviembre. Yo imaginaba –iluso de mí– que este año, después de la tragedia de Valencia, se impondría un mínimo de cordura y de pudor (dos vocablos que ya no entiende nadie que se haya criado en la época del Homo tiktokensis) como muestra de comprensión hacia la gente que lo había perdido todo. Incluso pensaba que una parte del derroche en gastos navideños se dedicaría a socorrer a esa gente que lo había perdido todo en menos de una hora, o quizá incluso mucho menos, en cuestión de minutos. Eso pensaba yo, sí, pero se ve que estaba muy equivocado. Porque los ayuntamientos, lejos de reducir los gastos, han competido en ver quién gastaba más y quién se marcaba el mayor alarde de decoración navideña. Portentoso.

Vivimos en un Estado asistencial que nos repite a todas horas que el Estado nos cuidará, nos amará, nos vigilará, nos protegerá y nos curará. Vivimos en un Estado en el que hay centenares –o quizá miles– de ONG que supuestamente se dedican a socorrer a las personas que tienen graves problemas de subsistencia. Vivimos en un Estado que nos machaca a impuestos –a los cuatro desgraciados que los pagamos, se entiende– porque a cambio nos promete velar por todos nosotros desde el día que nacemos hasta el día que morimos. Y vivimos en un Estado que se pasa la vida ampliando derechos y prometiendo más y más derechos. Pero luego llega una DANA como la de Valencia y de repente el Estado desaparece, ese mismo Estado que debía hacerse cargo de nuestras necesidades más elementales. Porque eso es lo primero que han gritado los vecinos de Paiporta y Picassent: ¿dónde estaba el Estado? ¿Dónde estaba el ejército? ¿Dónde estaba la policía? Lo vimos hace poco en la magistral exposición que hizo el novelista Santiago Posteguillo ante un comité del Senado: durante tres días, en Paiporta, no hubo nadie. Nadie. Y la gente que lo había perdido todo vivía atemorizada por los saqueos. ¡Saqueos, como si estuviéramos en una zona de guerra! ¿Alguien se ha parado a pensar en todo esto? ¿Alguien se plantea las terribles consecuencias que tendrá esto?

Por supuesto que no. Así que colocaremos las luces de Navidad y alumbraremos bien las calles para que no decaiga la fiesta. Hasta que un día –y no falta mucho– todo el tinglado se venga abajo.

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