La otra orilla
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Solo ante una mujer un hombre es capaz de activar su instinto más primario con acciones con las que creemos erigirnos en un Hércules pero que tienen más de orangután. Un varón de 42 años ha muerto esta semana después de ser agredido por otro a la salida del concierto de Karol G en el Santiago Bernabéu. Juan, el fallecido, iba con dos amigos, pero se adelantó para hacer una videollamada con su novia.
Eufórico y divertido, le muestra a su pareja el ambiente en los aledaños del estadio y los disfraces que portan algunos de los asistentes. Tres mujeres creen que les está grabando. Se lo recriminan. Juan dice que es un malentendido, que está hablando con su novia, pero, en cualquier caso, les pide disculpas en varias ocasiones. Las mujeres parecen no aceptarlas, siguen recriminándoselo. Aparece otro hombre, mallorquín de 33 años. Ve la discusión. Se pone gallito. Le suelta dos hostias a Juan. Juan cae al suelo. Se parte el cráneo. Muere.
Juan mide menos de 1,80 metros y pesa más de 100 kilos. Para el agresor debía ser un gordo de mierda. Para las mujeres, tal vez, seguramente, un gordo perturbado. Podremos engañarnos para no quedar mal, decir que no, que la báscula da igual, pero concebimos los kilos de más como agravantes de la depravación. También la raza y la religión. No es lo mismo sentir que te está grabando un árabe musulmán que un cristiano blanco de Cuenca. Así de zafios somos. Así actuamos. En su derecho están las mujeres de protestar si se sienten violentadas, demasiadas veces han acertado cuando sospechaban de la actitud de un simio. Pero un hombre ha muerto, de manera injusta y en circunstancias fatales, y, por tanto, cabe preguntarse todo. Por ejemplo, si hubiesen aceptado antes las disculpas de un rubiazo de ojos azules.
En cuanto al agresor, es difícil apreciar en su acción otra cosa que no sea el ánimo de demostrar una varonía nauseabunda e impresionar a las mujeres atizando a un pobre hombre que seguiría vivo si hubiese sacado su móvil 10 minutos después. No hay nobleza en sus actos, como no sin discusión podría apreciarse en los de Antonio Barrul, el boxeador que le pegó una paliza a un imbécil que estaba maltratando a su pareja en un cine de León.
Pero hoy no hay nada que celebrar, no hay figura que se pueda encumbrar. Una novia ha perdido a su novio; unos padres, a su hijo; dos amigos, a otro. Por un machote que pasaba por allí y vio la oportunidad de dejar claro que a hombre no le gana nadie, que un gordo no va a molestar a unas señoritas bellas. Gracias por jodernos la masculinidad, Hércules de la jungla. Gracias por acudir a una llamada jamás hecha, héroe.
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