La madurez del hombre y del vino

A plena sombra

03 de agosto 2024 - 03:05

De las cuestiones que más me plantean los asistentes a mis catas de vinos en los veinticinco años que llevo impartiéndolas, es si un vino que tienen en su casa guardado evolucionará a mejor. Mi repuesta invariable es: depende.

Hay vinos jóvenes magníficos, frescos y frutales y vinos educados en nobles maderas, con una estructura previa consistente, que los hacen buenos para guardar y degustar años después, cuando hayan alcanzado su plenitud. ¿Cuál es mejor? Depende del momento, de las circunstancias, de los platos a los que acompañen, de nuestro estado de ánimo y hasta de la compañía.

Desde la Antigüedad tenemos constancia del prestigio que la edad confiere a la autoridad de los llamados a regir los destinos de una comunidad. El “consejo de ancianos” de los pueblos antiguos, o, nos pilla más cerca, el Senado romano, compuesto por quien previamente había ejercido como cónsul, pretor o edil. “La experiencia es un grado”, “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, los dichos y refranes sobre la sabiduría en la madurez de la vida son numerosos.

El cargo, dicen, con más poder del mundo, el de presidente de los Estados Unidos, ha estado en manos de venerables ancianos desde 2017, podríamos ir más atrás. Tanto Donald Trump como Joe Biden han ejercido ese puesto en torno a sus 80 años de edad. Putin y Xi Jinping, presidentes de dos de las mayores potencias mundiales, tienen 71 años de edad cada uno.

Los hombres, como los vinos, tienen que tener buenos principios y buena educación para llegar a una madurez plena. Por los nombres citados, y otros que podríamos recordar a lo largo de la Historia, la vejez por sí sola, no otorga ni la sabiduría, ni la justicia, ni la humanidad. Pero tampoco la juventud es una cualidad en sí misma. “La juventud es una enfermedad que se cura con los años”, según frase atribuida al Nobel George Bernard Shaw.

Este discurso viene a cuento de la tragedia que viven miles de personas en nuestra sociedad por llegar a cierta edad y ser considerados prescindibles en sus trabajos. Quedarse parado pasados los 50 años es una tragedia. Grandes empresas, cuyo consejo de administración probablemente esté presidido por una persona muy mayor, se empeñan en prescindir de sus trabajadores más experimentados y cualificados ¿Valoran por ello la juventud? Más bien me inclino a pensar que lo que valoran es la vulnerabilidad laboral del joven, educado en el neoliberalismo contrario a convenios colectivos y salarios justos.

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